FILOSOFÍA | ARTÍCULO
"Los sesgos de confirmación del típico
lector-comentador conducen casi invariablemente a
una argumentación ad hominem contra el autor
del texto de turno, una vez que detecta que al menos
un punto de éste no encaja en su
pack ideológico".
D. D. Puche
«De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su
sangre. Escribe tú con tu sangre: y te darás cuenta de que la sangre
es espíritu. No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a
los ociosos que leen». Así comienza el capítulo “Del leer y el
escribir”, en Así habló Zaratustra. Un pasaje muy elocuente a
la hora de describir la experiencia solitaria, íntima y hasta
catártica de la escritura, esa pública confesión en la que uno deja
algo de sí en un texto que, una vez mostrado al lector, ya no le
pertenece, pues queda fuera de sí, objetivado y a disposición de un
público desconocido e imprevisible. Es una parte de uno mismo
(pensamientos, emociones) que se expone y arriesga, y a la que el
frágil ego se siente obligado a defender, llegado el caso.
Ocurre, cuando se escribe, que se da por hecho que otros entenderán
el sentido del texto. Se presupone ‒y es ya un error‒ la buena fe del
lector, que querrá entender el texto, así como se asume su
capacidad para hacerlo. Se esfuerza uno en ser didáctico, claro, en
argumentar correctamente cada paso dado; se anteponen párrafos y más
párrafos (que no estaban en el borrador) para contextualizar; se relee
todo muchas veces, y se añaden aclaraciones y matices para que la idea
quede sólidamente perfilada; se eliminan los frecuentes exabruptos
asociados a las emociones que impulsaron el texto, sin los cuales éste
seguramente no hubiera nacido, pero que deben ser purgados para que
resulte convicente, desapasionado, objetivo. Y todo ese trabajo, por
lo general, para nada. Porque da igual cuánto trabajes un
texto, da igual el necesario conocimiento acumulado para alumbrarlo
‒uno tiene que haber leído diez libros para escribir una sola línea
decente sobre un tema; mil libros para escribir un solo libro decente
sobre el mismo‒. Da todo igual. «En otro tiempo el espíritu era
Dios, luego se convirtió en hombre, y ahora se convierte incluso en
plebe», añade Nietzsche-Zaratustra, que sabía mucho de no ser
entendido.
Da todo igual, en efecto. Resultan hasta patéticas las pretensiones
didácticas y el afán de compartir saber (cuando no de hallarlo,
proceso en el cual la comunicación va ya implícita), de dar
forma hoy en día, en tiempos de la sociedad de la información y de la
omniconexión en red de la mente humana, a lo que en otra época se
denominó la "República de las Letras" (esa
patria intelectual buscada, elegida, que redimía de la
biográfica, accidental, dada; ese mundo cosmopolita y racional que
permitía el crecimiento de “lo humano” más allá de toda estrechez de
las circunstancias). Su universalización (pues estaba reservada a
ciertos sectores socioeconómicamente privilegiados, está claro) ha ido
pareja a su banalización, hasta el punto, quizá, de que sea
imposible mantener un proyecto semejante. Desde luego, internet no es
su homólogo actual. El gran público de lectores-espectadores que desea
opinar antes incluso de haber terminado de leer, que tiene que mostrar
su rabia y disconformidad con todo, que necesita compensar sus
complejos de inferioridad con una imagen de superioridad en el agora
virtual; la confusa masa de censores morales investidos de una
autoridad imaginaria y de pusilánimes ofendidos por todo,
curiosa manifestación del nihilismo en nuestro momento histórico…
Todos ellos han dejado aquel jardín convertido en un barrizal. Ha
crecido exponencialmente, hasta albergar a todo el mundo (lo cual es
tan inevitable como deseable, en términos ilustrados), pero en la
misma medida ha sido pisoteado y descuidado hasta dejar algunas zonas
yermas, y otras llenas de maleza e intransitables.
Los sesgos de confirmación del típico lector-comentador conducen casi
invariablemente a una argumentación ad hominem contra el autor
del texto de turno, una vez que detecta que al menos un punto de éste
no encaja en su pack ideológico, que debe mantenerse íntegro
para que su Weltanschauung no se vea amenazada. Ciertamente,
los ataques más vehementes e irracionales no suelen darse contra
posturas contrapuestas a las propias, sino contra aquellas que, no
siendo de signo ideológicamente contrario, se salen de una cierta
ortodoxia o cuestionan algún supuesto ampliamente aceptado por sus
partidarios. Esto es lo que no se puede permitir: el salirse de ese
pack, de ese "todo o nada" ideológico. O sea, pensar,
porque quien acepta acríticamente semejantes lotes teóricos no piensa;
eso es mentalidad religiosa, un puro acto de fe, la creencia
dogmática en algo que no debe ser cuestionado. De lo contrario,
como decía, toda esa visión del mundo podría venirse abajo, y por eso
hay que ir a cuchillo contra todo "heterodoxo". Ese pensamiento
inquisitorial (recordemos que la Inquisición no perseguía a gentiles,
sino a herejes) es el que campa a sus anchas en el marco de la Censura
2.0., solidaria de la ofendiditis crónica y de esa "corrección
política" asfixiante, de cuño estadounidense, que erige cada día a
nuevos Torquemadas mediáticos.
Da igual que haya diferentes frentes comunicacionales que se
disputan el territorio de la información-opinión, con visiones del
mundo totalmente distintas; coinciden en algo, y es en
fomentar la persecución de los que rompen dichos bloques. Sólo
debe haber unanimidad artificial (puedes elegir entre A, B, C,
etc., pero tienes que elegir), y salirse de ella está penado
con el ostracismo, cuando no con la persecución y el linchamiento
mediático por parte de "los tuyos". La cuestión, hoy en día, no es
transmitir algo, sino
hacer tanto ruido que sea imposible escuchar nada. En eso
parece consistir la sociedad de la información.
En fin... me alejo un poco del tema inicial, pero no en lo esencial, y es que hoy, con un acceso prácticamente ilimitado a cantidades ingentes de información, nadie lee a nadie. Todo texto escrito por otro es sólo una excusa para que yo suelte mi discurso, que seguramente no sea la respuesta a aquél (quizá ni siquiera tenga nada que ver). El lapso de atención, la capacidad de concentración y las ganas de atender a otros sólo dan para el título y, a lo sumo, el primer párrafo. Y eso explica las estupideces que se reciben diariamente como "comentarios", "críticas", "aportaciones", etc. Gente escribiendo sobre textos que no se ha tomado la molestia de leer antes, pero que "ya sabe de qué van". Eso es lo que hay en la sociedad de la información. Millones de personas, conectadas en red, hablado solas.
En fin... me alejo un poco del tema inicial, pero no en lo esencial, y es que hoy, con un acceso prácticamente ilimitado a cantidades ingentes de información, nadie lee a nadie. Todo texto escrito por otro es sólo una excusa para que yo suelte mi discurso, que seguramente no sea la respuesta a aquél (quizá ni siquiera tenga nada que ver). El lapso de atención, la capacidad de concentración y las ganas de atender a otros sólo dan para el título y, a lo sumo, el primer párrafo. Y eso explica las estupideces que se reciben diariamente como "comentarios", "críticas", "aportaciones", etc. Gente escribiendo sobre textos que no se ha tomado la molestia de leer antes, pero que "ya sabe de qué van". Eso es lo que hay en la sociedad de la información. Millones de personas, conectadas en red, hablado solas.
22/8/2018
© D. D. Puche
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