Estás en CAMINOS DEL LÓGOS, página web de filosofía y crítica cultural. También es el nombre de la revista digital homónima (ISSN 2659-7489) que publicamos semestralmente. Más abajo te indicamos cómo colaborar en ambas. © 2008-2019 Caminos del lógos.
Filosofía | Artículos
¿Y PARA QUÉ EL SER?
Consideraciones críticas sobre la filosofía de Heidegger
La diferencia ontológica que Heidegger planteó entre el ser y el ente ‒el “asunto” del pensar, entendido como el “sentido de la pregunta por el ser”, malentendido según él por la tradición filosófica‒, herencia y traducción hermenéutica de lo trascendental kantiano (la diferencia entre las condiciones de posibilidad puras de los fenómenos y el darse de éstos, ligado siempre a una intuición espacio-temporal), pero convenientemente historizada, tiene como propósito salvaguardar la libertad, “fundamento” del pensamiento heideggeriano (o mejor, el “desfondamiento” que pretende hallar en lo real una anterioridad ontológica que dona posibilidad, o sea, alternativas a lo dado, a su reducción a totalidad calculable y por ello mismo planificable). La suya es una “ontología de la libertad” que busca, tras toda figura de la necesidad, una libertad olvidada (eso y no otra cosa es el tan repetido, y normalmente malentendido, “olvido del ser” de la metafísica, consumada como tecnociencia en la modernidad). Ello se hace explícito en el texto que quizá más claramente recoge el empeño heideggeriano, De la esencia del fundamento, donde la cuestión de la libertad, que aparece en Ser y tiempo como la de la asunción “propia” que el Dasein ha de hacer de sus posibilidades (inseparables del despliegue de su temporalidad), reaparece ahora como esencia misma del ser, el cual no es otra cosa, en efecto, que el libre ofrecerse que sostiene al ente en su manifestación, y que ‒nos dice Heidegger a partir de la Kehre‒ permite el despliegue de las diferentes aperturas epocales, esto es, “figuras del ente” que establecen para cada momento histórico unos determinados “modos de existencia” posibles para el ser humano. Lo analítico-existencial deviene así exegético-colectivo, se historiza y pasa de ser el desvelamiento del ente “realizado por” el Dasein a constituir el “manar” del ser (desde la Lichtung) como época, del que el hombre es testigo; del mismo modo, la “impropiedad” del período de la Fundamentalontologie (el Dasein que no se comprende existencialmente de un modo adecuado y vive por ello de espaldas a su posibilidad) pasa a ser ahora la “tradición metafísica” (nihilista) que olvida su procedencia (el ser) y por tanto su destino (el “envío” de éste, la “voz silente” a la que el pensamiento debería corresponder como escucha atenta).
El tema de la “meditación” heideggeriana no deja nunca de
ser, ciertamente, el pensar “desde fuera” el ámbito de lo óntico, pues según
las leyes de éste ‒como objeto de la ciencia‒, especialmente en su “disposición”
moderna, todo está determinado y no hay
alternativas a lo dado. El “salto al origen” (Ur-sprung) que nos sitúa, siquiera intelectualmente, “fuera de lo
óntico”, nos retrotrae a esa anterioridad
a las determinaciones (a la presencia,
siempre-ya determinada categorialmente) en que la libertad, como otro modo de articular nuestra existencia
(la individual en Ser y tiempo, la colectiva
tras la Kehre) puede ser pensada, y
ello de un modo alternativo al del lógos;
de hecho, según el modo del “poetizar esencial”, del mýthos, pues sólo éste expone
sin determinar, sin circunscribir a
legalidad. Que el ser “se dé”, signifique esto lo que signifique ‒“aclararlo”
llevará al planteamiento del Ereignis,
del ser como acontecimiento), es una exigencia de la pretensión de libertad
de Heidegger, exigencia en última instancia del idealismo alemán (tardío,
si se quiere) al que Heidegger pertenece y del cual es el último gran
representante, se reconozca en él o no. El Kant de la Crítica de la razón práctica y el Schelling del Freiheitschrift nos hablan, redivivos, desde
sus páginas.
Desde el ente no es pensable la libertad, sostiene
Heidegger, pues el ente responde, en cada uno de sus ámbitos, a cálculo, a máthesis, de modo que está determinado a
priori. Que la libertad pueda irrumpir
(“acontecer apropiando”, er-eignen) en el ente quiere decir que tiene que
haber un “otro” de éste (que no es por tanto ente, sino “nada”, la nada, dice Heidegger con
calculadísima ambigüedad, esto es, de forma poética).
Semejante otreidad, nada en sí, “es” el
ser, dýnamis contenida en el ente (enérgeia), potencia imprevisible de otro futuro. Algo nunca presente, “velado” tras la manifestación del ente,
pero que permanece “cabe éste”, podríamos decir ‒como el Absoluto hegeliano,
siempre cabe nosotros (bei uns), aunque sin ser “cosa” alguna
que pueda presentarse como tal‒, alumbrando así posibilidad.
Y no sólo posibilidad (onto)lógica, sino libertad, es decir, algo que más allá de la mera indeterminación (“ser
libre de”, mero azar), nos dé una orientación, un rumbo histórico (“ser libre para”, un sentido). La obra de Heidegger es una monumental reflexión en torno
a este Leitmotiv, que se repite una y
mil veces en torno a distintas cuestiones.
Ahora bien, el ser del que habla Heidegger no es nada ‒es
la nada, claro‒… pero la nada no es nada, no es un concepto pensable siquiera (salvo para matemáticos y teólogos).
Es una palabra, pero ni siquiera un concepto. En eso tenía razón Parménides, y
la recurrente salida de que éste se halla “preso de la metafísica presencialista” (que él
mismo inauguraría) no soluciona la cuestión en absoluto, porque fuera de ésta,
en realidad, no podemos ni pensar. No
podemos siquiera imaginar ‒toda
imaginación lo es de algo‒. La nada
no puede comprenderse sino como la
ausencia de espaciotiempo y de cualquier estado energético, de modo que el
propio universo es su negación (no
puede darse simultáneamente con dicha nada): si “hubiera” el ser no podría “ser”
el ente, ni siquiera el tiempo, con el que Heidegger le encuentra una
vinculación esencial en cuanto “alumbramiento”, “procedencia” de lo que hay. El
espaciotiempo, de hecho, no tiene sentido
sin algo en él, y por otro lado está tan sujeto a determinación como la materia
y la energía; no es algo “puro” que la precede y alberga (Heidegger piensa
desde Newton y Kant, no desde Einstein, cuya teoría de la relatividad es incompatible con su discurso; aunque, en cualquier caso, Heidegger lo habría tratado,
condescendientemente, como un simple científico “enfrascado” en el ente, sin
llegar a vislumbrar que fue un filósofo
de tanto o más alcance que él). El ser es un mero flatus vocis, en realidad. Y, aun si fuera pensable, ¿qué
estaríamos pensando con él? ¿Qué indicaciones
nos daría, a qué nos conduce pensar
en el ser? Nunca se aclara esto, salvo mediante vagas señas poéticas; fuera
como fuera, esa “voz silente” necesitaría, a su vez, intérpretes autorizados
nunca muy justificables (como el poeta, el pensador esencial o el líder del
pueblo). Nada racional ni sujeto a crítica o reflexión, la cual sería ya lógica y por tanto óntica, esto es, dispuesta según
reglas y métodos, o sea, no libre ‒que es de lo que se trataba de huir‒. El
pensamiento de Heidegger, el An-denken
que nos retrotrae más acá del olvido del ser, hasta un Anfang esencial, no va a
ningún sitio, sólo da vueltas en círculo (que se señale con suficiencia
como un “círculo hermenéutico” sólo depende de lo esteta que se quiera ser). El nihilista, y en un sentido teológico,
además, es Heidegger, pues “su” ser es, en efecto, “el último humo de la
realidad evaporada”. Es una forma secular
de pensar a Dios, un dios que ha de
salvarnos, pero que no ofrece guía alguna. De nuevo con Nietzsche, se
cumple aquello de que el hombre “prefiere querer la nada antes que no querer”.
Todo pensar (real, no fingido) parte del ente y vuelve a él. Eso incluye al ser humano, ente entre entes, aunque con la capacidad
de interrogarse por el sentido de su propia existencia. La libertad no hay que
buscarla en trascendencia alguna; hay
libertad en el ente, en la inteligencia
(la materia que llega, en altísimos grados de complejidad, a reflexionar sobre sí misma), lo absolutamente no condicionable. El ser, así pues, no hace falta; los principales discípulos
de Heidegger, como Gadamer, Löwith o Arendt, prescindirán de él y desarrollarán
otros aspectos de su pensamiento con altísimos rendimientos filosóficos. Desde
un punto de vista metafísico, si es que aún se puede hablar así, todo modelo deísta (el ser es distinto del ente y le
confiere realidad) está obsoleto, y debe dejar paso a un modelo panteísta (el ser es el ente mismo, regido
por su propia legalidad y llegando a preguntarse a sí mismo, a través de las
criaturas inteligentes, por su existencia y entidad). A diferencia del ser del ente ‒que ciertamente, siempre
ha sido el tema de la filosofía‒, el ser “a secas” (überhaupt), el Seyn, el Ser,
el Ereignis ‒cualquiera de las varias
formulaciones heideggerianas‒, es un camino que no conduce a ninguna parte. Sólo el ente es el camino, y por eso la
filosofía debe ir de la mano de la ciencia, de la ontología. Éste es el único camino ordenable y justificable de un pensar
que, además, no se olvide de la felicidad
ni de la justicia (¿para qué pensar si
no?), asuntos que en Heidegger ni aparecen, precisamente porque son “ónticos”,
porque no tienen la suprema dignidad de esa indeterminación vacía que es la libertad ontológica, distinta de la “meramente”
óntica (la psicológica y política). Pero ésta es precisamente la que nos importa,
y olvidarla ‒¡ése sí que es un olvido, y no el del ser!‒ es traicionar a lo que
el pensamiento debería ser. O sea, una reflexión sobre el ente en su conjunto y
estructura, sobre la naturaleza, los demás y nosotros mismos, mediante la cual encontrar caminos, siempre a
través de la crítica, que es lo que
Heidegger nunca emprendió y difícilmente pudo haber emprendido desde el momento
en que, para pensar el ser, renunció al lógos,
que es algo del ente.
Comenta o comparte en las redes. ¡Gracias!
CONTENIDO RELACIONADO
- Entropía y extinción
- La caja de Pandora de la técnica
- Nuestra situación antropohistórica
- Seis reflexiones sobre el futuro de Europa