0. La filosofía sólo se sostiene como
ámbito del saber (y no perece arrumbada como “cosa de letras”, vaciada de
contenido y obsoleta) si es ontología,
discurso acerca de la realidad en cuanto
tal, con anterioridad a sus diferentes delimitaciones conceptuales. Pero no
cabe duda de que la genuina ontología, hoy, son las ciencias, y singularmente
la física, vanguardia teórica de todas las demás. Las ciencias son las ontologías regionales de las que la ontología general es el propio método
científico, que es el que termina decidiendo qué es y qué no es ente. Ahora
bien, creo preferible llamar a este plexo epistémico “ontonomía”, por su valor
demostrativo, y dejar el clásico término “ontología” para la actividad
filosófica derivada de aquélla, para
la elaboración conceptual del material
brindado por la ciencia que lo eleva a especulación, siempre en los límites
del conocimiento de su época, con el fin de dibujar una imagen de la totalidad,
un mapa del saber (y con él, un mapa del ser) en el que fundamentar además
criterios prácticos de orientación, una
actitud concreta ante la vida. Aquello, en suma, tradicionalmente entendido
como sabiduría, que sin este soporte
teórico quedaría reducida a mera casuística del “sentido común”, lo que
efectivamente parece ser hoy; y por eso mismo ha quedado como rescoldo de un
pasado idealizado.
1.1. El ser sostiene en la
existencia la totalidad del espaciotiempo, la materia y la energía, tanto si
éstos conforman un único universo como si son múltiples. Es la unidad de esa
multiplicidad (la que supone ya un solo universo), es su conjunto. No es “algo
otro” que trascienda las determinaciones, ni como summum ens (lo que no tendría sentido) ni como una “nada” que
brindara realidad desde su absoluta otredad. El ser es el Todo, que no puede
ser, por tanto, objeto alguno, sino relación, la vinculación de cada parte
con el resto sin el cual no podría existir ni ser comprendida.
1.2. El ser es el Continuo, el
Flujo del que todo proceso físico es momento;
el inaprehensible “océano de realidad” del que el universo observable es una
fracción dentro de ciertos parámetros. En el ser, todos los procesos tienden al
equilibro, a cancelarse mutuamente en
un juego de “contrarios” (niveles energéticos distintos) que es, realmente, la
tendencia al mínimo gradiente energético. Pero el equilibrio global no vuelve
jamás a un punto inicial, esto es, el Todo no está balanceado, sino que el
gradiente global decrece.
1.3. Hasta donde sabemos (y debemos especular, aunque no podemos hacerlo más allá del estado
actual del conocimiento científico), el ser, ese Continuo o Flujo o Totalidad,
constituye el meta-proceso de consumo del monto total de energía disponible que él mismo es (el ser se agota, es agotamiento de sí). La energía, si bien no se destruye, se
dispersa; pasa del desorden al orden (entropía), del cháos inicial al kósmos
que resulta de él, del Big Bang al universo que resulta de él, cada vez más
ordenado y muerto, progresivamente incapaz de producir trabajo, esto es,
cambios de estado de la materia (la física llama a esto “orden” y “desorden”,
inversamente, pero una comprensión más filosófica hace preferible denominarlos
así, si bien el proceso es el mismo lo llamemos como lo llamemos). El universo,
al menos la parte que observamos de él, camina hacia su muerte por la entropía,
la reducción a cero de todo gradiente energético, además de por una expansión
acelerada (cuya causa no está hoy del todo clara) que terminará por desgarrar
el tejido espaciotemporal mismo e impedir que pueda haber “materia” (al impedir
que se junten incluso las partículas elementales) ni energía aprovechable
alguna.
1.4. También hasta donde podemos
especular, el ser, esta Asimetría que equilibra todo gradiente hacia un estado
final que ya no podrá ser alterado (con lo que nada podría ocurrir, se alcanzaría estatismo, el reposo absoluto),
podría hipotéticamente “reiniciarse” de algún modo. El universo que habitamos,
como tal, no tiene salvación, pero quizá podría surgir uno nuevo, o reiniciarse
“borrando” todo lo que contuviera, aniquilando y “sobreescribiendo” toda
realidad. La teoría de branas apunta en esta dirección, y algunos cosmólogos
todavía defienden un modelo cíclico de sucesivos Big Bang y Big Crunch (el “universo
oscilante”, que nada tendría que ver con el eterno retorno nietzscheano, por
descontado). Esto parece altamente improbable, pero puede que haya formas en
que el proceso que dio lugar a este
universo, el Big Bang, pueda repetirse, aunque hoy por hoy escape a nuestra
capacidad explicativa. Ahora bien, que el universo en que vivimos desaparecerá,
y con él todo rastro de nuestra existencia (que será por entonces algo ya
remotísimo en el pasado), no se puede dudar. Es la inexorable tragedia ontológica.
1.5. El ser es, en suma, ese abismal
“burbujeo cuántico” cuyas mareas y olas resultantes son la realidad que
percibimos (y la que somos capaces de imaginar). Sin embargo, la auténtica realidad tras
esas “apariencias”, tras esas manifestaciones fenoménicas (que lo son para
nuestro aparato sensoperceptivo, resultado evolutivo de esa misma naturaleza),
sólo ha podido ser desentrañada matemáticamente. Y es que viola todo sentido
común; no es la sustancia de la
ontología tradicional, sino puro accidente,
azar, probabilidad. Podría, quizá debería, no haberse manifestado como tal
universo observable, pero un desequilibrio probabilístico produjo la realidad
que conocemos. De todos modos, esa probabilidad a nivel cuántico funda un orden necesario a nivel macrofísico
y, de hecho, éste conducirá inevitablemente a la corrección del desequilibrio
inicial (la singularidad que produjo el universo mismo) y a la extinción de todo
lo que podemos observar, de todo proceso físico.
1.6. No deben confundirse, en
cualquier caso, el ser y el universo, aunque sean conceptos coextensivos (el uno “está” donde está
el otro, pero no se identifican). Podríamos decir que el ser es la estructura que produce lo real, el hypokeímenon matemático-probabilístico
del que manan las determinaciones, y que, parmenídeamente, no podría no ser (esto, que parece intuido, pero a la vez mal
entendido, por el argumento ontológico, no deja de ser un enigma para nosotros). El universo es, en cambio, el producto, el resultado de ese proceso
que es el ser (el Flujo, el Continuo). Son lo
mismo, pero considerados desde puntos de vista o proximidades diferentes:
el primero como natura naturans, como
arché (un arché que es, ahora con Heráclito, puro devenir); el segundo como natura naturata, como manifestación
fenoménica de aquél (siempre será tal manifestación para una conciencia). O sea, lo que se repliega en su propia
exteriorización y la exteriorización misma. Pero el ser, pese a Heidegger, no
es una “nada”, una “retirada” que esencie
en modo alguno desde su ausencia: está
ahí, tras las cosas, en las cosas, sosteniéndolas en lo real,
aunque en un plano ontológico previo al de la composición de la propia
materialidad observable, “corpórea”.
Sigue leyendo:
- Apuntes sobre el ser (Addenda a 1).
- Apuntes sobre el ser (2 de 3).
Escucha o descarga la audioversión de este artículo en Youtube o iVoox.
© D. D. Puche, 2018
Contenido protegido por
SafeCreative
Sigue leyendo:
- Apuntes sobre el ser (Addenda a 1).
- Apuntes sobre el ser (2 de 3).
Escucha o descarga la audioversión de este artículo en Youtube o iVoox.
Comenta o comparte, ¡gracias!
Échale un vistazo a nuestros libros
(en versión impresa y digital).
Haz clic en las miniaturas.
Haz clic en las miniaturas.
© D. D. Puche, 2018
Contenido protegido por
SafeCreative