El mundo no será igual cuando termine la crisis del COVID-19, la segunda crisis global en poco más de una década. Planteamos una serie de escenarios a los podríamos enfrentarnos.
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CORONAVIRUS Y DESGLOBALIZACIÓN
© 2020 D. D. Puche
En un
reciente libro, Cuatro futuros. Ecología, robótica, trabajo y lucha
de clases para después del capitalismo, el
ensayista estadounidense Peter Frase ha propuesto cuatro escenarios altamente
verosímiles para pensar las alternativas al vertiginoso desplome del
capitalismo que está teniendo lugar. Ciertamente, si el pensamiento de corte
marxista no llevara largo tiempo advirtiendo de la inevitable espiral de desvalorización
del capital a la que conduce su expansión global y la automatización cada vez
mayor del trabajo, un despistado podría pensar: “¿por qué demonios pasa todo
esto de repente?” Pero no hay tal “de repente”, claro, sino que la intoxicación
del sistema productivo ha ido creciendo durante décadas, con soluciones ad
hoc que permitían ir tirando hacia adelante ‒por lo general, a costa de
terceros países o continentes‒ posponiendo el momento de enfrentarse a los
problemas de fondo. Pero esto, en el actual teatro geopolítico mundial, con el
crecimiento desmedido de China y, en menor medida, de Rusia y otros actores, se
hace ya imposible; otro reparto de la riqueza mundial está sobre la mesa, y el
viejo consenso surgido del New Deal y retocado (esta vez sin consenso alguno)
por el neoliberalismo a partir de los setenta, toca a su fin.
Y la
puesta en escena es ciertamente apocalíptica, una para la que nadie parece
preparado (salvo, oh sorpresa, China), lo cual está haciendo cundir el pánico.
En estos momentos las bolsas de todo el mundo se desploman, estamos ante un crack
económico peor que el de 2008; la emergencia sanitaria del COVID-19 no hace
sino servir de catalizador que dispara todos estos ataques de pánico. Uno
podría preguntarse, incluso, qué es aquí la causa y qué el efecto, o en todo
caso, qué se está vendiendo como cortina mediática de qué. Porque la
contracción de la economía para 2020 ya estaba anunciada, y la necesidad de
reducir emisiones de carbono por la industria, los transportes, etc., era un
clamor, y todo lo que está pasando (que sin duda es real, porque las
emergencias están desbordadas y la gente muere, y eso no se puede inventar)
podría proporcionar la excusa perfecta para un confinamiento de la población
que evite males mayores. Las consecuencias de ese confinamiento son
económicamente desastrosas, pero tal vez lo que se está evitando ‒en aspectos
que no se reducen al sanitario‒ sea peor, o mucho más urgente de lo que se admitía.
Éstas, naturalmente, son preguntas que uno puede hacerse, sin disponer de ninguna
certeza. Y si algún día nos enteramos de qué está ocurriendo realmente ahora
mismo, en este arranque de una más que evidente desglobalización, con el
cierre de fronteras y la interrupción parcial de los desplazamientos y del
comercio mundial, sólo será dentro de muchos años, o décadas.
Sobre este mismo tema, échale un vistazo a este vídeo
Sea como sea, el interesante libro de Frase ya perfilaba, antes de que todo esto estallara, cuatro hipotéticos futuros, considerablemente factibles. Cruza dos pares de parámetros (abundancia/escasez de recursos y sociedad igualitaria/jerarquizada) para esbozar unos escenarios que van desde lo más utópico, gradualmente, hasta la más absoluta distopía. Pero todos ellos, insisto, ahora mismo serían posibles… si bien algunos parecen tener más probabilidades de darse que otros.
a) El
primer escenario es el de una sociedad igualitaria con abundancia de
recursos, al que Frase se refiere como “comunismo”, empleando el sentido
más primitivo de término (lo que Marx llamaba “socialismo utópico”). Una
sociedad tecnológicamente avanzada y colaborativa donde el trabajo es realizado
por máquinas y el ser humano puede dedicarse al ocio, la cultura, etc. Un mundo
de economía colectivizada y planificada de acuerdo a criterios racionales. No consistiría,
frente a los sueños de los revolucionarios, en hacerse con las riendas del mundo
del trabajo, sino más bien en abolirlo. Es el escenario, todo sea dicho, más
improbable de los cuatro. No es que las condiciones materiales no existan, pero
nada parece indicar que las cosas vayan a ir por este camino.
b) El segundo escenario es el de
una sociedad jerarquizada con abundancia de recursos, que el autor
denomina “rentismo”. Describe un mundo rico y tecnológicamente muy avanzado,
controlado por inmensos poderes empresariales agrupados en trusts de
magnitud mundial. Es una forma de post-capitalismo en la que el control de la
información (más incluso que el de la producción material) es clave: quien es
propietario de los algoritmos, derechos y patentes (tecnológicas, farmacéuticas,
etc.) de los que depende el mundo, controlará éste. La información es poder, y
la logística son sus capilares. Estos monopolios, que han superado la fase del
libre mercado, establecerían una nueva forma de absolutismo 2.0. en el que
Google, Facebook o Amazon serían los nuevos monarcas. Un escenario distópico que
evoca la literatura ciberpunk de los años 80, y que realmente parece una forma muy
verosímil de lo que podría pasarnos. Yo hubiera apostado por este modelo
post-capitalista hasta hace poco; pero la aceleración de la crisis mundial me
hace pensar que las cosas no irán por esta senda.
c) El tercer escenario es el de
una sociedad igualitaria con escasez de recursos, el modelo que el autor
llama “socialismo”; un tipo de sociedad donde la prioridad es distribuir lo que
queda de un mundo post-capitalista, pero esta vez económica y ecológicamente
exhausto. Una organización igualitaria y distributiva de la escasez, que
pasaría por un forzado decrecimiento y un claro regreso a formas económicas y
tecnológicas pretéritas, centradas en las granjas colectivas, las tecnologías
limpias de producción energética y reciclaje, etc. Una especie de nueva Edad
Media en un mundo desglobalizado. Se trataría de un modelo de subsistencia que
buscaría el mal menor, el “control de daños”, una vez alcanzado cierto punto
civilizatorio de no retorno.
d) El cuarto escenario es el más
claramente distópico. Es el de una sociedad jerarquizada con escasez de
recursos, un futuro que Frase denomina, muy gráficamente, “exterminismo”, y
que consiste, básicamente, en deshacerse de todo el excedente humano imposible
de abastecer y que, sin embargo, está consumiendo los recursos con los que
podría vivir un aparte reducida de la población. Así, una élite económica sobreviviría
atrincherada tras muros militares y tecnológicos y se desharía de toda la mano
de obra excedentaria en una época en la que dicha mano de obra ya no es
necesaria. O se la deja morir pasivamente o se la extermina activamente; ése
sería el único dilema moral en este modelo spencerista.
Como decía, hasta hace muy poco pensaba que íbamos directos hacia el segundo modelo, con unas multinacionales-estado (especialmente las tecnológicas) con PIB mayores que el de muchos países controlando los flujos de información y el comercio electrónico y, por tanto, el mundo globalizado. Pero el ritmo al que avanza la catástrofe climática ‒eso es lo que es‒ y la actual crisis del coronavirus tiñen todo de matices bastante (más) oscuros. Algo de eso intenté esbozar ya en este artículo, mucho antes de que el COVID-19 irrumpiera en escena. Que hasta hace poco una recesión económica estuviera ya a la vista, sin habernos recuperado aún de la anterior, era muy indicativo de que el capitalismo global no da más de sí; y eso, sumado a que se estaba instando activamente a la población mundial, a través de las Gretas Thunberg de turno (no tanto contra los poderes económicos como por parte de ellos), a dejar de volar y de consumir productos importados, etc., viene a solaparse con esta súbita interrupción de los viajes, con las fronteras internacionales levantadas, con la actividad económica interrumpida, debido al brote vírico en todo el mundo. Los países se atrincheran en sus límites territoriales y parecen estar preparando a sus poblaciones para un estado de guerra, una retórica últimamente muy empleada por nuestros líderes ‒aunque se refieran al virus‒, que corren cada uno en una dirección como pollos sin cabeza. Algo a medio camino entre los dos últimos modelos de Frase parece estar cobrando forma a una velocidad pavorosa, con el aislacionismo creciente de los EE. UU., el aumento de los nacionalismos populistas en toda Europa (y una UE manifiestamente ausente e inoperante en la crisis del coronavirus), una Rusia que cerró fronteras desde el primer momento y lleva a cabo, desde hace años, una notable carrera militarista bajo el mando de Putin, y con una todopoderosa China que parece que va a salir de todo esto ‒pese a que el virus procede de allí‒ muy reforzada, siendo ahora mismo, incluso, la que reparte ayudas internacionales y se granjea nuevos aliados.
El mundo se fragmenta por semanas
y la cuestión parece ser si a cada cual nos tocará caer del lado del país
decrecentista que se dedica a reciclar la tecnología del pasado y a cultivar su
propia comida en redes comunitarias abastecidas con placas solares… o al otro
lado del muro, donde se dejará parecer o se liquidará a todo aquel nacido en el
lugar equivocado, porque el crecimiento y el consumo de la población que
permitió el capitalismo esquilmador de la naturaleza es incompatible con el
modelo económico y tecnológico resultante del desplome del propio capitalismo.
No tiene por qué haber una nueva guerra global, una Tercera Guerra Mundial,
pero no importa: parece inevitable que vamos a vivir su posguerra, con
todo lo que eso implica. En estos momentos todo es doctrina del shock, la
cual será usada para imponer cualesquiera medidas de control de una población aterrada.
Y lo estamos viendo todo en directo, en streaming, ampliamente desinformados
y haciéndonos eco de cada rumor que corre por las redes, ofuscados por unos mass
media tremendamente opacos y por una legión de twitteros, youtubers e
instagramers opinando de todo sin ninguna información precisa. Éste es el tipo
de futuro que nos aguarda, pues habrá una extraña mezcolanza tecnológica: no
dispondremos de muchas comodidades actuales, y quizá viajar entre países (no
digamos continentes) se convierta en una odisea; pero seguiremos teniendo ordenadores
y móviles conectados a internet y formaremos una red intervenida por gobiernos
y multinacionales, más manipulados incluso de lo que estamos hoy.
El mundo no será igual cuando termine la crisis del #COVID19, la segunda crisis global en poco más de una década. Planteamos una serie de escenarios a los podríamos enfrentarnos.— Caminos del lógos (@caminosdellogos) March 18, 2020
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Tenga el futuro a medio plazo
tintes tan negros o no, lo cierto es que el orden mundial basado en una
democracia liberal y un libre mercado supervisados por la “policía” de los EE. UU.
está tocando a su fin. La crisis del coronavirus es un nuevo 11-S que marca una
divisoria de las aguas históricas; ya nada será igual. Y en una situación como
ésta, por primera vez desde la segunda Guerra Mundial, los EE. UU. no sólo no
han llevado la iniciativa y ejercido un claro liderazgo, sino que se han
desentendido de todo y han puesto el cartel de “cerrado”. China emerge como el
nuevo agente mundial capaz de abordar problemas con una eficiencia impecable e
implacable, así como de, a la vez, proporcionar ayuda a terceros. Una ayuda que
es evidentemente interesada, que apuntala un nuevo reparto del poder mundial
(del equilibrio de influencias y alianzas), y claramente está orientada a
disolver el ya maltrecho Eje Atlántico para reforzar la Nueva Ruta de la Seda.
Ante una crisis como ésta, el
libre mercado y el egoísmo de los individuos (particulares o empresas) han
demostrado que no pueden ofrecer defensa alguna; se ha evidenciado algo que la
población de los países del Bienestar parecía haber olvidado (como su propia
vulnerabilidad): y es que hace falta un Estado sólido con políticas
unitarias capaces de responder diligentemente a las contingencias, en vez de
andar echando cuentas de los posibles beneficios económicos que éstas ofrezcan.
Lo único que puede impedir que nos precipitemos en ese híbrido de los
escenarios tres y cuatro del libro de Frase es que renazca en la ciudadanía
esta idea ‒como lo hizo tras la Segunda Guerra Mundial‒: que hace falta una
política de la colectivización, una economía racional y planificada y que demos
serios giros en nuestro modo de vida, algo que no hicimos en absoluto tras
la crisis económica de 2008. Habrá que ver hasta qué punto esto es compatible
con la democracia liberal; puede que la gestión de las catástrofes (actuales y
futuras) sólo resulte factible bajo una democracia bastante más autoritaria,
“de corte asiático”. En cualquier caso, si no somos inteligentes como
especie, nos enfrentamos a uno de los momentos más tétricos de la historia
de la humanidad.
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