EL CULTURALISMO, O IDEALISMO POSMODERNO



¿En qué medida es la posmodernidad heredera de una tradición
filosófica de la que en principio parece ser crítica radical?

 


FILOSOFÍA | ARTÍCULOS

EL CULTURALISMO,
O IDEALISMO POSMODERNO

Los delirios del pensamiento post-subjetivista (II de II)


 

El culturalismo, o idealismo posmoderno | Caminos del lógos. Filosofía contemporánea y crítica cultural.


Por D. D. Puche © 2021
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Publicado en 23/2/21
 


 

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La tesis fundamental de este idealismo posmoderno es la siguiente: el sujeto ha de determinar desde sí lo real para poder ser libre, y dicho sujeto es un sujeto cultural. Así pues, la cultura ha de determinar qué es lo real. Esto se plantea como una especie de “imperativo categórico”, que nos lleva al problema, aparte de otras cuestiones filosóficamente más hondas, de qué o quién es “la cultura”. Sea como sea, aquella exigencia intelectual de transformar las condiciones materiales de existencia para reapropiarse de ésta, etc., es abandonada definitivamente tras el triunfo absoluto del neoliberalismo, con la caída del bloque soviético, a principios de los noventa. En Europa y EE. UU., ciertamente, ya tenía un papel dominante el posmodernismo básicamente, el pensamiento francés desde unas décadas antes: Foucault, Derrida, Lacan, Deleuze, etc.; una filosofía que era la propia del sesentayochismo, de la pseudorrevolución frustrada de los universitarios burgueses progresistas. Esta confluencia de factores históricos hizo, por así decirlo, que el posmodernismo se “oficializara”. Se convirtió en la nueva hegemonía cultural que, como todo movimiento cultural que deviene dominante, vive de decir que está “acorralado” y es “perseguido” por “el sistema”, aunque sea su expresión más pura. Y este discurso posmodernista es, en diferentes dosis y mezclas, lo que venden como “formación” las facultades de ciencias sociales y humanidades, y especialmente los llamados “estudios culturales” y “de género”. En realidad, no deja de ser la misma sofística a la que se opusieron Sócrates y Platón: un pensamiento que eleva la retórica a verdad, que niega que haya nada objetivo, dado que todo depende del lenguaje, del discurso, y éste es absolutamente maleable en función de la imagen del mundo que queramos proyectar con él o sea, en nuestro propio beneficio. Naturalmente, lo que sostienen los partidarios de esta koiné es que el lenguaje es emancipador, liberador (que en él tiene lugar la “batalla por lo real”): igual que nos encadena con palabras y conceptos, es la clave para desencadenarnos, para liberar nuestras mentes de la opresión teórica y metafísica.

 

En realidad, no deja de ser la misma sofística a la que se opusieron Sócrates y Platón: un pensamiento que eleva la retórica a verdad, que niega que haya nada objetivo, dado que todo depende del lenguaje, del discurso".

 

Pero lo que pasa es que cuando destruyes las condiciones sociales de objetividad (de forma, por cierto, muy coherente con la cultura de masas y la sociedad de la información que dices criticar), lo que destruyes con ellas es lo único que podría emancipar realmente, a saber, el conocimiento objetivo. En lo esencial, la ciencia, o por ser más precisos, su aplicación a problemáticas sociopolíticas. El culturalismo como prefiero designarlo es, en efecto, la modalidad posmodernista del idealismo, una modalidad teóricamente indigente, que presume de asistemática (o sea, de incoherente) y de huir de toda búsqueda de fundamentos teóricos (o sea, de irracionalista), para luego negar ambas cosas cuando se le echan en cara, como yo estoy haciendo ahora. Se le podría llamar, mejor aún que “idealismo posmoderno”, y parafraseando de nuevo a Nietzsche que tiene mucho que ver con todo esto, no obstante, la “hemiplejía del idealismo”. Lo reduce todo al sujeto, lo hace todo subjetivo, pero en el peor sentido. Porque cuando la verdad es un conjunto de efectos semánticos que tienen lugar en el lenguaje y por el lenguaje, de modo que transformando nuestro uso del lenguaje cambiamos con él la realidad, estamos cayendo ni más ni menos que en el pensamiento mágico de toda la vida. Puro primitivismo intelectual. Esto no tiene nada que ver con el sujeto lógico o praxeológico que hemos visto en Kant o Marx; para nada. Creer que las palabras hacen realidad y que al cambiarlas transformamos ésta, o sea, que las palabras son como conjuros que te dotan de un poder, que te empoderan, es la definición misma de ese pensamiento mítico que ha roto con toda objetividad. Por eso todas las formas de culturalismo terminan perdiéndose en lenguajes místico-literarios, con un claro tono oracular; se envuelven en neblinas de confusión tras las que quedan a salvo de toda crítica objetiva, o sea, intersubjetiva y contrastable.

 

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No se atreven a decirlo explícitamente porque parecerían retrógrados y oscurantistas que, por otro lado, es lo que cada vez demuestran más que son, pero están en contra de la ciencia, porque ésta determina la realidad, y por tanto al ser humano. Y, claro está, el ser humano no puede estar determinado, pues se ha decretado que es absolutamente libre; un ser vaporoso, sin anclajes en la naturaleza, que se crea a sí mismo culturalmente, que decide cómo es. Puro voluntarismo irracionalista. La ciencia es aceptable sólo cuando sus resultados coinciden con los propios intereses ideológicos, y cuando no, es una imposición de “ellos” (el capitalismo, la maquinación tecnológica, el patriarcado, o lo que toque). Aunque, en el fondo, la filosofía posmodernista y los estudios culturales tienen que levantar sospechas políticas contra la ciencia porque ese recelo es lo que les permite a ellos decir cualquier arbitrariedad sin que haya una instancia racional desde la que criticarla. Es la condición necesaria del “todo vale” intelectual, o sea, de la creación del mercado teórico en el que ellos venden su mercancía. Por eso llegan, en sus momentos más delirantes, a vincular la Ilustración con el “fascismo”, precisamente porque aspira a establecer un mundo racional y objetivo. A eso lo llaman fascismo, a que haya verdades, cuando el fascismo es, de hecho, la negación de toda verdad que no sea política, y se va infiltrando en la sociedad precisamente con tesis defendidas con entusiasmo por los posmodernistas como que “lo privado es político”, y demás eslóganes que venden a escolares y universitarios intelectualmente indefensos.

 

La ciencia es aceptable sólo cuando sus resultados coinciden con los propios intereses ideológicos, y cuando no, es una imposición". 

 

Claro está, si hubiera un sustrato natural de lo real, éste no sería modificable a voluntad, pero todo tiene que poder cambiar a voluntad para adecuarse a la visión del mundo que uno propugna. La libertad es entendida no ya como un proyecto racional de transformación, sino como la ilusión de una completa autodeterminación del sujeto que nada debe poder frustrar. Así pues, todo pensamiento aguafiestas, toda objetividad, debe ser desterrada, cancelada. Bajo esta mentalidad se encuentra un trasfondo rousseauniano, una idea que, por sus consecuencias, ha demostrado ser considerablemente nociva: la cultura es lo que nos ha hecho ser como somos, y todo ha de poder transformarse mediante ella misma, mediante la cultura. Pero si hubiera una “naturaleza humana”, habría cosas invariables. Ergo, hay que negar que exista tal naturaleza. El ser humano no tiene condicionantes biológicos, genéticos, neurológicos, ni de ningún tipo: no hay limitaciones económicas, tecnológicas o energéticas de nuestros proyectos de transformación sociopolítica, y sostener que es así te convierte en un fascista. “Fascista” es todo lo que no sea mi discurso voluntarista; incluso cuando se trata de reivindicaciones de la izquierda materialista y obrerista de toda la vida. Todo funciona así con el culturalismo. Es una constante petición de principio, una negativa a aceptar realidades, por más demostradas que estén, cuando no agradan las consecuencias que éstas tendrían. Pero eso no tiene consistencia intelectual alguna. Es un ejercicio de total deshonestidad teórica, de “mala fe”, en el sentido sartreano del término. Por no decir que es absolutamente pueril.

 

Del mismo autor

VIVIR EN EL DESARRAIGO
LA TRANSFORMACIÓN DE LO HUMANO EN EL SIGLO XXI
 
D. D. Puche
Grimald Libros
251 páginas
Tapa blanda / ebook
ISBN (papel): 9798695923155
ISBN (digital): 9781005138646
 
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El culturalismo ha cogido (aunque reniegue de ella abiertamente, que es lo de menos) la herencia idealista, seguramente la más grande creación intelectual occidental junto con la física moderna, y ha creado a partir de ella una vulgata ridícula, un discurso autocomplaciente y vacío que conduce al vaciamiento intelectual de los jóvenes de los universitarios, sobre todo, a los que desarman mentalmente con estas ideas (no a los que estudian ciencias duras, por supuesto, ajenos a estos discursos socio-humanísticos). Incluso concediéndole buena fe al culturalismo, que es algo que cada vez me cuesta más hacer, hay una confusión fundamental de la que depende todo lo que dice. Es la reducción de toda objetividad a subjetividad, por más que esa subjetividad sea cultural. O sea, el “giro copernicano” kantiano, convertido en “giro lingüístico” en el siglo XX, de la mano del segundo Wittgenstein, de los pragmatistas norteamericanos y del pensamiento francés. Ahí hay una confusión teórica terrible, de efectos devastadores. Veamos: se puede decir que es “idealista”, en este sentido, nuestra percepción cultural; pero nunca la científica. Ésta, de hecho, tiende a suprimir todo lo subjetivo mediante procedimientos de formalización y, cuando es posible, de matematización, que anulan todo efecto performativo del lenguaje natural. Lo ideal, por tanto, se aleja de lo subjetivo, queda sólo en el sentido platónico, pero no en el kantiano. No es casualidad que el odio a Platón sea un denominador común a todas las formas de culturalismo posmodernista, que encuentran en él el “pecado original”, la “imposición metafísica” que marcó para siempre el destino de Occidente. Pero Platón es mil veces más liberador que ellos, porque es el pensador por antonomasia de la verdad, que es lo único que emancipa. Para él lo ideal es el modelo regulador a seguir, hallado por medio de la razón, huyendo de toda arbitrariedad subjetiva, de toda opinión, o sea, de toda postura particular, unilateral. Lo ideal radica en el uso lógico del lenguaje, como encuentro con la verdad, y no en el retórico, como manipulación de éste en función de nuestros intereses, de “mi verdad”, como dicen los hijos de esta época. El lógos, la racionalidad, revela lo que hay verdaderamente, lo que ya estaba ahí antes que nosotros; no es una opinión entre otras que se impone por “mecanismos del poder”. Lo ideal, de esta manera, radica en el deber ser (no en el ser), que es, sin embargo, perfectamente objetivo. Hay algo ideal, que no es la percepción subjetiva que cada cual tenga de lo real, sino precisamente la orientación intelectual universalista que nos libera de dicha percepción.

 

La libertad es entendida no ya como un proyecto racional de transformación, sino como la ilusión de una completa autodeterminación del sujeto que nada debe poder frustrar". 

 

Cuando se cree, en cambio, que el ser es ideal (en el sentido de “algo subjetivo”), todo se convierte en delirio, en pensamiento esquizoide. Y a eso, ni más ni menos, conduce el culturalismo actual, ya absolutamente hipertrofiado. Hoy cada colectivo es un sujeto trascendental con unas categorías propias; así pues, hay mil sujetos, mil realidades incomunicables entre sí. Una “realidad psicótica” que es lo que origina la creciente histeria global, debida señaladamente a esa incomunicabilidad argumentativa. Una pluralidad irreductible de relatos incongruentes entre sí: ésa es la patológica esencia del posmodernismo, de la que éste tanto se vanagloria. Destruir cualquier condición argumentativa universalista (objetiva) para reafirmar las peticiones de principio, los prejuicios y los sesgos cognitivos de cada colectivo. Un pensamiento demencial que en realidad ha resultado ser la antifilosofía.

  

 


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