SAGRADO Y PROFANO

SAGRADO Y PROFANO

UNA REFLEXIÓN METAFÍSICA A PROPÓSITO DE LA NAVIDAD

 
 
D. D. Puche
© 2021 | Publicado en 28/12/21
 
 
 
Sagrado y profano | Caminos del lógos. Filosofía actual.
 

  
 
En estas fechas de celebración, reuniones familiares y alegría generalizada a veces un tanto impostada, pero no cabe duda de que las intenciones son las mejores, asistimos a una expresión de lo sagrado. Puede parecer que está muy diluida en elementos ajenos a tal sacralidad, claramente seculares, por no decir absolutamente mercantiles; no cabe duda de que toda celebración religiosa, en un mundo desarrollado, global y multicultural (toda tradición sobrevive gracias a un mayor o menor sincretismo que absorbe contenidos locales), pierde su carácter y se vuelve una combinación heterogénea de factores que borran su propósito inicial. Pero siempre queda un fondo que justifica su pervivencia, sin el cual, sin duda, hubiera desaparecido tiempo atrás. Hay un núcleo simbólico que unifica toda esa diversidad de fenómenos. Y si actualmente celebramos la Navidad y no el solsticio de invierno, las Saturnales o el Dies Natalis Solis Invicti, no es debido a la “imposición de un poder” (la crítica trivial que hoy se hace de todo, con lo cual no vale de nada), en este caso el del cristianismo, sino por su potencia simbólica a la hora de incorporar todos los otros elementos como parte de una misma narrativa mítica y de una ritualidad que resultan emocionalmente satisfactorias. La cuestión es de dónde procede esa satisfacción emocional.
 
Como señala Mircea Eliade, lo sagrado es la interrupción del tiempo profano, de lo cotidiano, continuo y vulgar. Es la irrupción de lo heterogéneo en la anodina homogeneidad. Y así, es portador de sentido, pues éste se destaca como lo diferente frente a una serie monótona, que introduce una dirección en ella. Aunque sólo fuera una ilusión, algo “meramente” psíquico, ya tendría alguna realidad por los efectos que introduce en el mundo, por las alteraciones que implica desde el punto de vista de nuestra conducta: pues rompe inercias e inserta discontinuidades en series lineales. Aparte del tiempo, también hay un espacio sagrado (como lo son los templos, determinados enclaves naturales o ciudades, etc.), que señala puntos de referencia absolutos en un universo cada vez más descualificado; direcciones privilegiadas en un espacio indiferenciado. Pero lo importante del tiempo sagrado, del tiempo de las fiestas y celebraciones, es que introduce puntos de referencia y direcciones también aunque sea de forma pasajera en el espacio profano, en el “mundo de la vida”; detiene la rutina y dota a la existencia de un propósito del que habitualmente carece.
 
 
 
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El tiempo sagrado, como lo es la Navidad, abre así un espacio de conmemoración, de anámnesis. Pero ¿qué es lo que se evoca? ¿A qué remite esa interrupción de lo convencional, de lo acostumbrado? ¿En qué radica, por tanto, la satisfacción emocional de la que hablaba antes? Porque, desde luego, no se trata de los hechos narrados por el mito en este caso, por el relato del Evangelio, que carecen de rigor histórico (cuando no son totalmente falsos, están deformados y envueltos en leyendas) y, en cualquier caso, no producirían esos efectos “sanadores” en nosotros. No. Toda narrativa religiosa, en su literalidad, es falsa; y, sin embargo, todas ellas, comprendidas alegóricamente, contienen una imprescindible verdad. Así pues, ¿dónde hemos de buscarla?
 
Al igual que todo acontecimiento, esto es, toda interrupción secular del tiempo (el “instante privilegiado”, la “revolución” que acumula y condensa el sentido), remite a un futuro distinto que se ve como preferible, la conmemoración de lo sagrado nos devuelve a un pasado siempre igual. El tiempo sagrado es el tiempo de lo originario que renace periódicamente y renueva la vida ya agotada y exhausta. Es el paréntesis que permite que lo reiterativo y vaciado de sentido se “llene” de nuevo gracias a una hierofanía. Así pues, la cuestión que antes planteaba se eleva a otro nivel: nos lleva más allá de lo psicológico, y del análisis comparado de las religiones y de la mitografía, hasta lo estrictamente filosófico metafísico, para intentar responder a la pregunta por eso “originario”. ¿Con qué nos religa lo sagrado, de dónde esa necesidad humana que se traduce subjetivamente en una profunda satisfacción emocional? (O, por el contrario, cuando no se satisface, en un intenso pero vago y desenfocado descontento, en una experiencia de desarraigo que acompaña siempre al sinsentido.) Sostengo que se trata de la naturaleza, de la cual somos parte, y hacia la que conservamos un hondo anhelo de comunión. Una naturaleza de la que los dioses desde el animismo al politeísmo, para luego culminar con el monoteísmo son avatares culturales, productos históricos de la imaginación; pero una naturaleza en la que, al fin y al cabo, radica la (rota) unidad esencial de las cosas, de la que nosotros, como seres vivos autoconscientes, animales culturales cuya inmediatez vivencial con lo natural se ha quebrado, no podemos dejar de sentir nostalgia (un melancólico deseo de restauración). Una naturaleza que es, de este modo, “lo estructurante” de nuestra dispersa existencia; lo cual se refleja en el trans-fondo siempre ausente de nuestra experiencia que, no por ello, dejamos de buscar como “trascendencia”.
 
 
 
 
 
 
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