SOBRE LO FÁUSTICO




Sobre lo fáustico (2 de 2) | Caminos del lógos. Filosofía actual y crítica de la cultura.
SOBRE LO FÁUSTICO (2/2)


FILOSOFÍA | ARTÍCULO
 
Más allá del arquetipo literario, lo fáustico define un tipo de ser humano cuyo rasgo existencial fundamental pretendemos aclarar.
 


D. D. Puche

 
[Lee la primera parte] Ya se deba a la propia decisión del individuo fáustico o a la fatalidad, el caso es que su alma está enajenada, expropiada, y eso establece una insuperable tensión hacia algo, hacia aquello que la enajena. El propósito de su vida está fuera de ella misma, al contrario de todos aquellos cuya única meta es, sin más, “vivir”; aquellos cuyo propósito es puramente inmanente (y ello aunque pongan el sentido en otra vida, en un más allá: la fe les permite, por lo general, vivir razonablemente en esa contradicción, pero el individuo fáustico no la posee). Tal “búsqueda de sí” es realmente visto desde el lado subjetivo el eje de la ambición fáustica, eso que, desde otro punto de vista, desde el lado objetivo, se ve como la desmesura, la hýbris. Ciertamente, el pecado está ya cometido; es el pecado originario de este tipo humano. Y, a causa de su naturaleza, no puede ser redimido por las propias acciones, sino que depende de otro, de una “gracia” que le puede ser concedida o en el común de los casos no. La ambición del tipo fáustico es en el fondo privación, su sacrificio es compulsión: no hay libertad alguna en este régimen de economía anímica, del que podría decirse que es puramente patológico. En esa privación originaria, experimentada subjetivamente como ambición, como “anhelo” o “empresa”, como “su sueño”, consiste la carta única a la que se juega su existencia, la pasión que define la totalidad de su vida. Se agota en ella, para bien o para mal probablemente más para esto último. 
 
Así las cosas, todo depende de algo ajeno a uno mismo, de esa gracia que concede el éxito a la empresa (y con él la redención, la recuperación de la vida invertida en ese empeño) o, por el contrario, el fracaso (o sea, la condenación, la autodestrucción de la vida que sólo se reconoce como tal al final, en un momento de lucidez devastadora). Éxito o fracaso vienen “de fuera”, son ciertamente “trascendentes”, por así decirlo la metáfora es en todo caso fácil; podría pensarse que el propio talento puesto en el empeño, o la voluntad o la disciplina aplicadas, crean las condiciones para un resultado final que, en efecto, nunca puede depender sólo de uno mismo, pues nunca se es dueño de las propias circunstancias, pero sobre el que se puede influir. Sin embargo, no es así: esa gracia, como la propiamente divina, es completamente arbitraria e irracional, no se debe a nada ni le debe nada a nadie; no es el mecanismo dispensador de ninguna justicia o pago debido. Se concede o no se concede, sin más, y sin merecimiento alguno: el mayor talento puede fracasar y la mayor mediocridad puede hallar la fortuna. Todo es incertidumbre para el individuo fáustico, apartado de los canales normales de la inversión esfuerzo-recompensa (ya de por sí sujeta a tal posibilidad, pero en la que la virtù suele representar un porcentaje relevante del éxito). El “todo o nada” como apuesta existencial es inevitable para este tipo humano. El destino se le revela así claramente perfilado como divino o demoniaco, como salvación o perdición, sin que haya término medio. [Sigue más abajo]
   
 
 
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Ésta es una breve reflexión cuya excusa ‒y tan sólo se trata de eso: una excusa‒ es el reciente Día de la Hispanidad. Lo que ni unos ni otros, ni partidarios ni detractores, parecen ver (cada cual enrocado en su posición, en su a priori político, defendiendo su sistema de prejuicios preferido) es que, por un lado, los mitos fundacionales, [...]
 
El mito, lejos de ser un error del pasado, es un depósito de experiencia colectiva que aún puede decirnos mucho acerca de los fines de nuestra existencia, siempre que sea convenientemente "exducido" a términos racionales.
 
 
 
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Del autor de este artículo...

VIVIR EN EL DESARRAIGO
La transformación de lo humano en el siglo XXI

Nos hallamos en un momento decisivo de nuestro desarrollo como especie; no un momento simplemente histórico, por tanto, sino incluso evolutivo. Un interregno de cambios vertiginosos y de crisis de inmenso alcance, que amenazan como nunca antes nuestra existencia y hacen presagiar la transformación del ser humano como tal en otra cosa. Por eso la humanidad, que siempre se ha preguntado por su propia naturaleza y propósito ‒ya sea de forma religiosa, artística o filosófica‒, parece recuperar una adormilada preocupación por lo que es y lo que quiere llegar a ser; por la dirección en que quiere encauzar los gigantescos e irreversibles procesos de cambio en que está inmersa, y tras los cuales el futuro inmediato se muestra oscuro y difuso, tras espesas nieblas de incertidumbre.

 

 

Naturalmente, esto no es “vivir”, sino estar constantemente pendiente (como en un trastorno obsesivo-compulsivo, con el cual seguramente tiene mucho que ver) de una única cosa, atado a ella, a algo que suplanta al propio yo como centro de la existencia. Éste es en última instancia el sacrificio del individuo fáustico, ese que es supuestamente “voluntario” ya hemos visto que no. Ahora bien, en sus formas literarias el sacrificio se muestra siempre invertido por motivos puramente narrativos: si en dichas formas literarias el protagonista vende su alma (su futuro, alegóricamente la idea de la “eternidad”) para comprar un determinado presente (en forma de conocimiento, de poder, de placer, etc.), lo irónico es que en realidad extraliterariamente, dado que no hay un Mefistófeles con el que hacer tratos, representa el movimiento contrario: el individuo fáustico empeña su presente para obtener cierto futuro (uno más allá de los asfixiantes límites de lo “normal”). La cuestión es, precisamente porque no hay Mefistófeles, que nunca sabe si su inversión, esto es, su sacrificio, tendrá retorno. Eso lo emparenta hasta cierto punto, como ya vimos antes, con el religioso y su fe en algo venidero. Pero, a diferencia de éste, ni ha “elegido” creer en nada ni basa su existencia en “creencia” alguna; su empeño es, repitámoslo, una compulsión, un modo de vida no decidido que, no obstante, está a la espera de una señal que lo confirme, que lo dote retrospectivamente de sentido, como el sacrificio que pretendidamente es pues todo sacrificio espera obtener algo a cambio
 
La pregunta que cabe hacerse (que él tendría que hacerse) es si el individuo fáustico aspira a una especie de meta-felicidad, una felicidad goetheana entendida como triunfo, como participación en el Olimpo de la grandeza ya sea en vida o tras la muerte, o si no es felicidad alguna, sino la renuncia absoluta a ella en pos de ese fin, o sea, una existencia bastante más trágica. Esto último es lo más plausible, y es seguramente el modo en que debemos comprender la figura fáustica en cuanto uno de los arquetipos de la humanidad.
 



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19/8/2022
© D. D. Puche

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