FILOSOFÍA | ARTÍCULO
Más allá del arquetipo literario, lo fáustico define un tipo de ser humano cuyo rasgo existencial fundamental pretendemos aclarar.
D. D. Puche
[Lee la primera parte] Ya se deba a la propia decisión del individuo fáustico o a la
fatalidad, el caso es que su alma está enajenada, expropiada, y eso
establece una insuperable tensión hacia algo, hacia aquello que la
enajena. El propósito de su vida está fuera de ella misma, al contrario de todos
aquellos cuya única meta es, sin más, “vivir”; aquellos cuyo propósito es
puramente inmanente (y ello aunque pongan el sentido en otra vida, en un más
allá: la fe les permite, por lo general, vivir razonablemente en esa
contradicción, pero el individuo fáustico no la posee). Tal “búsqueda de sí” es
realmente ‒visto desde el lado subjetivo‒ el eje de la ambición fáustica, eso que, desde otro punto
de vista, desde el lado objetivo, se ve como la desmesura, la hýbris. Ciertamente,
el pecado está ya cometido; es el pecado originario de este tipo humano.
Y, a causa de su naturaleza, no puede ser redimido por las propias acciones,
sino que depende de otro, de una “gracia” que le puede ser concedida o ‒en el común de los casos‒
no. La ambición del tipo fáustico es en el fondo privación, su
sacrificio es compulsión: no hay libertad alguna en este régimen de
economía anímica, del que podría decirse que es puramente patológico. En
esa privación originaria, experimentada subjetivamente como ambición, como “anhelo”
o “empresa”, como “su sueño”, consiste la carta única a la que se juega su
existencia, la pasión que define la totalidad de su vida. Se agota en ella,
para bien o para mal ‒probablemente más para esto
último.
Así las
cosas, todo depende de algo ajeno a uno mismo, de esa gracia que concede
el éxito a la empresa (y con él la redención, la recuperación de la vida
invertida en ese empeño) o, por el contrario, el fracaso (o sea, la condenación,
la autodestrucción de la vida que sólo se reconoce como tal al final, en un
momento de lucidez devastadora). Éxito o fracaso vienen “de fuera”, son
ciertamente “trascendentes”, por así decirlo ‒la
metáfora es en todo caso fácil‒; podría pensarse que el propio
talento puesto en el empeño, o la voluntad o la disciplina aplicadas, crean las
condiciones para un resultado final que, en efecto, nunca puede depender sólo
de uno mismo, pues nunca se es dueño de las propias circunstancias, pero sobre
el que se puede influir. Sin embargo, no es así: esa gracia, como la
propiamente divina, es completamente arbitraria e irracional, no se debe a nada
ni le debe nada a nadie; no es el mecanismo dispensador de ninguna justicia o
pago debido. Se concede o no se concede, sin más, y sin merecimiento alguno:
el mayor talento puede fracasar y la mayor mediocridad puede hallar la fortuna.
Todo es incertidumbre para el individuo fáustico, apartado de los canales normales
de la inversión esfuerzo-recompensa (ya de por sí sujeta a tal posibilidad,
pero en la que la virtù suele representar un porcentaje relevante del
éxito). El “todo o nada” como apuesta existencial es inevitable para este tipo
humano. El destino se le revela así claramente perfilado como divino o
demoniaco, como salvación o perdición, sin que haya término medio. [Sigue más abajo]
Relacionado
Ésta
es una breve reflexión cuya excusa ‒y tan sólo se trata de eso: una
excusa‒ es el reciente Día de la Hispanidad. Lo que ni unos ni otros, ni
partidarios ni detractores, parecen ver (cada cual enrocado en su
posición, en su a priori político, defendiendo su sistema de prejuicios
preferido) es que, por un lado, los mitos fundacionales, [...]Libros y revista
Del autor de este artículo...
VIVIR EN EL DESARRAIGO
La transformación de lo humano en el siglo XXI
Nos hallamos en un momento decisivo de nuestro desarrollo como especie; no un momento simplemente histórico, por tanto, sino incluso evolutivo. Un interregno de cambios vertiginosos y de crisis de inmenso alcance, que amenazan como nunca antes nuestra existencia y hacen presagiar la transformación del ser humano como tal en otra cosa. Por eso la humanidad, que siempre se ha preguntado por su propia naturaleza y propósito ‒ya sea de forma religiosa, artística o filosófica‒, parece recuperar una adormilada preocupación por lo que es y lo que quiere llegar a ser; por la dirección en que quiere encauzar los gigantescos e irreversibles procesos de cambio en que está inmersa, y tras los cuales el futuro inmediato se muestra oscuro y difuso, tras espesas nieblas de incertidumbre.
➥ Naturalmente,
esto no es “vivir”, sino estar constantemente pendiente (como en un trastorno obsesivo-compulsivo,
con el cual seguramente tiene mucho que ver) de una única cosa, atado a ella, a
algo que suplanta al propio yo como centro de la existencia. Éste es en
última instancia el sacrificio del individuo fáustico, ese que es supuestamente
“voluntario” ‒ya hemos visto que no‒. Ahora bien, en sus formas literarias el sacrificio se
muestra siempre invertido por motivos puramente narrativos: si en dichas
formas literarias el protagonista vende su alma (su futuro, alegóricamente la
idea de la “eternidad”) para comprar un determinado presente (en forma de
conocimiento, de poder, de placer, etc.), lo irónico es que en realidad ‒extraliterariamente‒, dado que no hay un
Mefistófeles con el que hacer tratos, representa el movimiento contrario: el
individuo fáustico empeña su presente para obtener cierto futuro (uno más allá de
los asfixiantes límites de lo “normal”). La cuestión es, precisamente porque no
hay Mefistófeles, que nunca sabe si su inversión, esto es, su sacrificio,
tendrá retorno. Eso lo emparenta hasta cierto punto, como ya vimos antes, con
el religioso y su fe en algo venidero. Pero, a diferencia de éste, ni ha
“elegido” creer en nada ni basa su existencia en “creencia” alguna; su empeño es,
repitámoslo, una compulsión, un modo de vida no decidido que, no
obstante, está a la espera de una señal que lo confirme, que lo dote retrospectivamente
de sentido, como el sacrificio que pretendidamente es ‒pues
todo sacrificio espera
obtener algo a cambio.
La pregunta que cabe hacerse (que
él tendría que hacerse) es si el individuo fáustico aspira a una especie de meta-felicidad,
una felicidad goetheana entendida como triunfo, como participación en el
Olimpo de la grandeza ‒ya sea en vida o tras la muerte‒, o si no es felicidad alguna, sino la renuncia absoluta
a ella en pos de ese fin, o sea, una existencia bastante más trágica. Esto
último es lo más plausible, y es seguramente el modo en que debemos comprender
la figura fáustica en cuanto uno de los arquetipos de la humanidad.
Déjanos tu comentario
Todavía no hay comentarios.
19/8/2022
© D. D. Puche
© D. D. Puche
Nuestra librería