SABIDURÍA PRÁCTICA (III)




Sabiduría práctica (III) | Caminos del lógos. Filosofía actual y crítica de la cultura.
SABIDURÍA PRÁCTICA (III)


FILOSOFÍA | ARTÍCULOS
 
Concluimos este repaso de los muy desatendidos aspectos técnicos de la sabiduría, sin los cuales la mera teoría se ve completamente desconectada de la consecución de la felicidad.


David y Daniel Puche Díaz [ver+]
 
#Sabiduría #Autognosis #Autodominio
#Aristóteles #Estoicismo #Epicureísmo #Alma #Espíritu
 
 
En Aristóteles, por último, tal sabiduría entendida en sentido “técnico” desaparece, debido al enfoque puramente “científico” en el sentido de la empeiría aplicada a ámbitos específicos de su filosofía. A pesar de su defensa de la contemplación como lo más divino y elevado, y de la primacía que sigue dando a la sabiduría, ésta ya no significa lo mismo que en los pensadores precedentes, y va inscribiéndose en una línea teórica cada vez más alejada de lo práctico. Entiéndase esto último, pues Aristóteles es tenido como un filósofo eminentemente “práctico” frente a otros más “especulativos”: lo práctico parece mucho más presente en Aristóteles que, p. ej., en Platón, pero se trata siempre de algo más bien pragmático, enfocado a la resolución de problemas, o sea, como un sistema utilitario del saber. Tal y como le criticará Kant a propósito del “uso práctico de la razón”, lo que Aristóteles busca en cada caso es una “regla de prudencia” orientada a obtener un beneficio práctico, nunca un “bien en sí” que estuviera por encima o más allá de éste. Por tanto, toda trascendencia de lo dado, de los diferentes prágmata, pierde interés para él, de forma metodológicamente en relación con ejercicios específicos consistente con su desinterés por la pervivencia del alma o por cualquier doctrina del “más allá”. Para él sólo hay un “más acá” (inmanencia absoluta), e incluso cuando no es así desde el punto de vista del objeto pensemos en el mundo supralunar y en el motor inmóvil, sí lo es desde el punto de vista del sujeto que se transforma con su conocimiento. Cualquier interés por “otro tipo” de sabiduría parece totalmente ausente en Aristóteles, médico del cuerpo antes que del alma, al contrario que sus predecesores, de los que a menudo y así se entiende por qué ofrece versiones tremendamente simplistas.
 
Y es a partir de entonces, con la progresiva “orientalización” del helenismo desde los tiempos de Alejandro, que da lugar a esa ecléctica cultura mediterráneo-asiática a la que llamamos “helenística”, cuando experimentan gran auge las doctrinas estoica, hedonista, cínica, escéptica, etc.; menos sistemáticas y elaboradas en el aspecto teórico, pero mucho más volcadas en las técnicas aplicadas a la consecución de la felicidad entendida de muy diversas formas: como ataraxia, como placer o como autosuficiencia, entre otras. En tales técnicas, y no en otra cosa, se hará radicar la sabiduría, esto es, el propósito mismo de la filosofía. Y más tarde el mundo romano hará suyas estas escuelas y las cultivará aparte de la filosofía del Peripato y de un neoplatonismo cada vez más místico durante más de seiscientos años, por no hablar de su continuidad en el Oriente bizantino y de la pervivencia del estoicismo en el mundo cristiano a través de Boecio y otros pensadores tardo-antiguos. Así pues, la filosofía será predominantemente entendida (y sólo visiones retrospectivas posteriores, a partir sobre todo del siglo XVII, obviarán esto para quedarse únicamente con el aspecto más “científico” y trazar continuidades unilineales muy sesgadas) como un conjunto de prácticas que definen un modo de vida específico (“filosófico”) que aspira a lograr cierto estado del alma (eudaimonía). No otra cosa es la “sabiduría”, que por eso mismo no es nunca “sólo” teoría. [Sigue más abajo]
   
 
 
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[Viene de arriba] Dichas prácticas antiguas consistían en técnicas de autoconocimiento y autocontrol, y finalmente hasta de autotransformación, tanto físicas (gimnásticas) como mentales (cognitivas) y espirituales (emocionales). Así, sabemos de la importancia otorgada, cuanto menos desde los pitagóricos y algo de ello debió de haber también en Anaxímenes, más allá de una mera especulación teórica sobre el arché, al control de la respiración, así como de la relevancia dada al aire como elemento unificador y circulador por diversas escuelas (pnéuma, término que no casualmente será traducido posteriormente como “espíritu”, e incluso, en el contexto bíblico, como “Espíritu santo”). Igualmente es de destacar la atención que se prestó al gobierno de los pensamientos, casi se diría que como algo “higiénico”; o el uso terapéutico que se hacía de la lógica y de la confrontación de opiniones hasta alcanzar la “opinión adecuada”, con efectos sanadores para el alma; o, en su defecto, la epoché o suspensión del juicio, esto es, no tener “ninguna opinión”, con similares resultados (y en cualquiera de los casos, estamos hablando de los distintos usos “curativos” del lógos). Por último, no olvidemos los extendidos ejercicios de meditación y de reflexión sobre sí mismo; la observación recapituladora de la conducta seguida durante el día; el primoroso cuidado de las relaciones con uno mismo, con los demás y con la naturaleza; y, en general, el papel central concedido a la corrección del pensar y del obrar fuertemente rutinizadaen el marco de la adecuación a un cierto patrón, ya fuera éste “natural” o “divino”.
 
Lo que se pretende con estas técnicas es alcanzar la disposición del ánimo óptima para la consecución de la areté (recordemos: la “excelencia”) humana, que es ya de por sí la felicidad pues ésta no es algo que se obtenga “además de” la propia areté, a modo de recompensa, y en esa misma medida, la identificación con lo divino en nosotros. Eso “divino”, al margen de mistificaciones más religiosas que filosóficas, no es sino el ser mismo, del que uno se reconoce como partícipe, y esto significa que dicho ser se aprehende no como concepto (conocimiento), sino como experiencia (intuición). El ser es lo que las religiones convierten en Dios, o los dioses, de modo comprensible para el pueblo; pero la filosofía, que siempre ha tenido algo de iniciática, o cuanto menos lo fue en el marco de esta sabiduría antigua, aspira a experimentar en primera persona a través de una serie de prácticas. Esto es lo que hoy hemos perdido prácticamente del todo incluso en el recuerdo y que aspiramos a reconstruir únicamente como “conocimiento teórico” desde un punto de vista histórico-filológico; y por eso nos falta la intuición originaria que acompañaba siempre a tales conceptos, intentos de plasmar teórica y objetivamente lo que sin duda fue experimentado de forma subjetiva y radicalmente transformadora. Nunca mejor dicho: conservamos la letra, pero no el espíritu.
 
 

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6/4/2023
© David y Daniel Puche Díaz

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