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¿Está empezando, aquí y ahora, la obsolescencia de nuestra especie?
#InteligenciaArtificial #Tecnología
#ChatGPT #SingularidadTecnológica #ObsolescenciaHumana #Distopía
Qué añadir al mar de reflexiones que vienen
publicándose en los últimos meses acerca de ChatGPT y otras IA; la preocupación
al respecto es inmensa y la sensación de que estamos en la antesala de una
transformación histórica de inmenso calado ‒de que estamos ya de lleno en ella‒ resulta
abrumadora. Una transformación, incluso, de impredecible alcance antropológico,
por cuanto las consecuencias de la progresiva implantación de estas tecnologías
en todos los órdenes de nuestra vida ‒hasta extremos que ahora nos cuesta imaginar‒ van a alterar
drásticamente la imagen que tenemos del mundo y de nosotros mismos; nuestra
forma de ser, de actuar y de relacionarnos; y hasta nuestra alfabetización
senso-perceptiva, o sea, nuestra forma de comprender lo real en cuanto tal.
De distinguir, entre otras cosas, lo “real” de lo “ficticio”. Los cambios que
se avecinan son, por tanto, inmensos e imprevisibles, con toda probabilidad mayores
que los producidos por cualquiera de las anteriores revoluciones industriales;
esto desdibuja por completo los perfiles de nuestro futuro, y la incertidumbre
siempre va acompañada de temor.
Tal reacción no es de extrañar, pues esta inopinada
“aceleración tecnológica” (hace poco más de medio año éste no era un tema que
estuviera siquiera sobre la mesa) es el último jalón en la larga serie de
eventos a los que había dado lugar la robotización y la creciente digitalización
de todos los procesos productivos en las últimas décadas. La constante siempre
es la misma: el que sobra en la ecuación es el ser humano. Todo
desarrollo tecnológico, no nos engañemos, apunta en esa dirección. Sólo se
implanta una tecnología en una rama productiva para aumentar la productividad,
pero esto quiere decir, básicamente, ahorrar costos en salarios: de lo
contrario la inversión no tendría sentido, y las máquinas no sustituirían ‒de momento‒ a los
trabajadores. El empresario tiene que prescindir de empleados, debido a
la competencia en el mercado (es la esencia misma del capitalismo); ha de
ahorrar en gastos y problemas laborales, y la inversión en automatización es la
clave. En cuanto al manido argumento de que “todo desarrollo tecnológico crea
empleos nuevos” (desde los ingenieros que lo crean a los empleados que lo usan
o los técnicos que lo mantienen), no es cierto en términos globales; o, por lo
menos, cada vez lo es menos. Si anteriores oleadas de tecnificación crearon
ejércitos industriales a costa del campo, y más tarde movilizaron un inmenso
sector de servicios a costa de la industria, la deriva actual destruirá un
enorme porcentaje de todos los trabajos existentes debido a las
necesidades de crecimiento constante del capitalismo, que al ser cada vez más
difícil por expansión, salvo de formas progresivamente más explosivas y breves,
ha de conseguirse mediante el ahorro; y la tecnología es la clave de ese ahorro,
pues hoy permite prescindir de inmensos contingentes de trabajadores como no
podía hacerlo en el siglo XIX o incluso bien entrado el XX. El balance neto es
que, aunque aparezcan más profesiones y oficios nuevos que los tradicionales
que se extinguen, se destruyen cuantitativamente muchos más puestos de trabajo
poco cualificados que los que se crean altamente cualificados. Hay que insistir
en ello: si la digitalización y la robotización no redujeran la masa total de
empleados, ni se plantearía su aplicación a gran escala: el “progreso” no sigue
los caminos de la filantropía, sino de las necesidades materiales.
Pues bien, siendo así, ¿qué futuro espera al ser humano
ante una tecnología (la IA, en conjunción con la robótica) que permite vaticinar
su completa sustituibilidad en cualquier actividad pensable? Es más, ¿a qué
mundo dará lugar una tecnología que es capaz de aprender y que será capaz de
producir nuevas tecnologías por sí misma, llegado el momento, sin necesidad de
supervisión humana?
En realidad, pese a esta forma de hablar tan
extendida (el término “IA” está sustituyendo a “app”, como éste
sustituyó a “programa”), no se trata todavía de una auténtica inteligencia
artificial, pero hay una gran confianza entre los expertos en la materia en que
podríamos estar en los albores de su nacimiento ‒ésta sería la palabra‒, esto
es, de que acontezca la singularidad, el que sería el evento más
importante de la historia de la humanidad. Algo así como el momento en que ser
humano crea un dios, pero ni siquiera a su imagen y semejanza, pues
imaginar cómo pensaría y concebiría su propia existencia un ser autoconsciente
con semejante capacidad de cálculo, memoria e interconexión con el mundo entero,
es para nosotros algo imposible y casi pavoroso. Pero parece una constante
evolutiva que la inteligencia se desarrolle cada vez más, y aunque este salto
sería por supuesto artificial, y por tanto en absoluto un caso de
“selección natural”, cabe especular si no sería una inevitable prolongación de
la nuestra; si este inédito salto sería el que permitiera a la inteligencia
liberarse de las limitaciones orgánicas; es más, liberarse de las
constricciones de un único cuerpo (aunque fuera uno robótico), trascender
semejante finitud y convertirse en algo en sí mismo viral. La
inteligencia entendida como la capacidad de servirse de dispositivos ‒“cuerpos”
incluidos‒ en
los que no está confinada, en potencial
interconexión con el mundo entero (que, en rigor, sería su cuerpo, y ni
siquiera eso). Por no hablar de que, en caso de que los propios cerebros
humanos lleguen a estar interconectados entre sí y/o con la red (como
previsiblemente ocurrirá, a través de procesadores implantados en el cerebro, inyecciones
de nanotecnología con prestaciones IoT, etc.), nosotros mismos podríamos ser los
“recipientes” para su uso, tan reemplazables y prescindibles como cualquier
otro dispositivo.
La sustituibilidad humana no afecta sólo a la fuerza
de trabajo bruta, sino también a la más refinada, a ámbitos que se hubieran
creído al margen de toda automatización; hoy se comprueba con estupor que no es
así. Las IA mantienen conversaciones fluidas sobre cualquier tema, o traducen
simultáneamente cualquier conversación a casi cualquier idioma, componen
música, escriben novelas, etc. El test de Turing, como criterio para
diferenciar una genuina inteligencia artificial de un programa muy hábil
imitándola, se ha quedado obsoleto. Esa diferencia es ya irreconocible, al
menos por el usuario. Y así como en el ámbito laboral casi cualquier trabajador
es potencialmente reemplazable, en los ámbitos cultural y educativo ‒donde está
causando una verdadera conmoción‒, el concepto de autoría está siendo
rápidamente destruido, y con él, la posibilidad de demostrar las propias
capacidades, y así, lo que diferenciaría a un individuo cualificado de cualquier
otro. El “talento”, el “genio”, el “don”, en pocos años, podría no
significar nada. Y con ello, todo ser humano. Los que actualmente se están
sirviendo de las IA para “hacer trampas” en sus estudios, publicaciones
científicas, certámenes artísticos, etc., no entienden hasta qué punto están socavando
el valor de sus títulos y currículums, que muy pronto serán papel mojado. Es lo
que traerá consigo la absoluta homogeneidad de los individuos que son usuarios
de la misma tecnología: la reemplazabilidad total.
Personalmente,
no me cabe duda de que la humanidad, debido a la globalización (aunque ahora
mismo ésta se halle en un momento de impasse debido al choque entre el hegemón
declinante y el ascendente, o sea, entre EE. UU. y China) y a la
hipertecnificación de todos los procesos, tiende a la uniformización de
todos los seres humanos en un ser humano estándar, un “usuario tecnológico”
completamente reemplazable. Toda diferencia cualitativa se desvanece. Las
reacciones histérico-moralistas (izquierda) y conspiranoico-fascistas
(derecha), la agudización de los fundamentalismos religiosos (sobre todo el islam,
pero cada vez más también el cristianismo) y de los atavismos nacionalistas
(desde el imperialismo ruso a los diversos independentismos regionales), el
clima indignado y colérico y, en general, todo el odio y el resentimiento que
estalla diariamente en internet, en las redes sociales y en los medios de
comunicación, todos estos fenómenos, podrían dar a entender que la humanidad
diverge, se fragmenta fatídicamente como en el mito de la torre de Babel, alejándose
en múltiples direcciones. Yo creo que no. Que, más bien, éstas son las
reacciones desesperadas, irracionales e inútiles de los seres humanos que se
resisten a la desaparición de la individualidad, de la diferencia y de la
diversidad, factores ‒conste que no digo “valores”‒ que
se están extinguiendo rápidamente. La tecnología logrará lo que jamás ha logrado
ningún imperio o ejército; lo está invadiendo y unificando todo desde dentro.
Y la IA es el arma definitiva de este proceso de asimilación, en el que
ya veremos qué queda de “lo humano”.
Las
típicas distopías de la ciencia ficción describían inteligencias artificiales
(como el Skynet de Terminator) que decidían aniquilar a la especie
humana. Pero, siendo incomprensible para nosotros como lo sería semejante “inteligencia
divina”, ¿no podría resultarle nuestra existencia simplemente indiferente, como
a nosotros las hormigas, o sernos ella simplemente inaccesible e inescrutable,
como el océano viviente de Solaris? ¿No seríamos las reses de su
“granja”, de la que se ocuparía diligentemente, ya fuera para nuestra
explotación (Matrix), ya para nuestro bien, pero sin contar con nosotros
(niños estúpidos e irresponsables) para nada? Me temo que, en unas pocas
décadas, descubriremos la respuesta a estos interrogantes.
2/5/2023
© David y Daniel Puche Díaz
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