NATIVIDAD Y REDENCIÓN DEL TIEMPO
Sobre la dimensión metafísica de la Navidad
22-12-2023
La Navidad es la
fecha por excelencia de celebración del nacimiento (“natividad”) o, casi sería
mejor decir, del “renacimiento”. Porque es eso lo que un impulso atávico en el
ser humano, algo tan antiguo como la especie, quiere conmemorar, quiere traer
de vuelta. Lo que ahora se evoca, y no importa demasiado si es bajo la
tradición cristiana del nacimiento de Jesús, o la del Dies Natalis Solis
Invicti romano, o simplemente la del solsticio de invierno, es el nuevo
comienzo, la renovación de la vida (en general) ejemplificada en una nueva
vida (en particular), esto es, el nacimiento de alguien o algo divino (y
por ello universal). El “niño”, en la tradición cristiana ‒que se ha mostrado simbólicamente más potente que otras‒, que nace justo cuando declina el año y va a empezar el
próximo; el niño, por tanto, que trae (es) el tiempo nuevo. Y, no menos
importante: con ello consigue borrar o modificar nuestra relación con el
pasado, algo que es existencialmente imprescindible. De lo
contrario, en caso de faltar este momento, fácilmente caeríamos en el
despropósito, el sinsentido, porque la terrible carga del pasado aplasta el
presente y ciega el futuro.
En efecto, el asunto aquí es
nuestra relación con la temporalidad y la historicidad, relación que
delimita en gran medida el modo en que vivimos (sentimos, pensamos, actuamos). De
ella dependen dos actitudes vitales fundamentales, a saber: el perdón (“paz”) y
la esperanza (“ilusión”), sin los cuales la vida se hace insoportable. Frente al
círculo vicioso de la negrura que significa estar atrapados por el pasado, la
luz del círculo virtuoso radica en la posibilidad de recuperar lo perdido,
pues lo que alumbra el sentido está siempre vinculado, aunque se
proyecte hacia el futuro, con el retorno al pasado. Un pasado que es
preciso redimir. Y he de recordar aquí que, antes de cualquier sentido
religioso, el término redimir significa originariamente ‒y así es como aparece en el Antiguo Testamento‒ “recomprar algo” o “rescatar a un prisionero”.
Naturalmente, ese “algo” o ese “prisionero” somos nosotros mismos; es nuestra
vida, que de algún modo hemos perdido. Así la sentimos, por lo menos.
Ahora bien, ¿en
qué consiste semejante relación con el pasado? ¿En un saludable olvido,
como pretendía el joven Nietzsche? ¿En la reapropiación que defiende la
hermenéutica de Heidegger o Gadamer? Probablemente no; más bien parece
consistir en retomarlo donde quedó interrumpido (en el plano ontogenético)
o donde quizá siempre ha quedado interrumpido (en el plano filogenético),
sin que tenga por qué haber una anterioridad real a lo así evocado
simbólicamente (lo “mítico”). En esto, así pues, tendría más razón Kierkegaard
cuando hablaba de la repetición, o el Nietzsche maduro del eterno
retorno. Pues lo que, expresado en los términos religiosos del
cristianismo, es lo sagrado (aquí narrado como “el nacimiento de Dios”),
no es sino la recuperación del tiempo, esto es, de la suma de las posibilidades;
el restablecimiento de las alternativas que fueron desechadas, el regreso a los
momentos claves en que una elección marcó el resto de la vida. Consiste en
representar esas virtualidades como una simultaneidad desde la que
pudiéramos, panópticamente, alterar cualquier momento del pasado y rehacer
desde ese punto la propia trayectoria vital. En otras palabras, la posibilidad
de lo imposible que anhela la fe (tal posibilidad es lo que entendemos usualmente
como milagro, el cual es concebible únicamente desde lo sagrado, frente
a la necesidad, o sea, la lineal e irreversible temporalidad de lo
profano, en la que el sentido está “agotado”). Una fe que, como
predisposición antropológica y psicológica, probablemente precede a la
creencia (lo mítico) que la justifica, haciéndola factible (la fe es anterior a lo creído);
y que, como tal, es una exigencia existencial, funcionalmente anterior a
los diversos mitos, ritos y símbolos culturales que la invisten. Es decir, que,
más allá de ser un “error mental” ‒que bien puede serlo in
concreto‒, la fe posibilita diversas
funciones de la vida necesarias para su adecuado mantenimiento.
La esencia de lo sagrado es, por encima de todo, el
tiempo que empieza de nuevo, como bien señala Eliade; la repetición de lo
narrado por los mitos, de los acontecimientos protagonizados por dioses y
héroes; repetición periódica que inaugura, cada vez, un nuevo ciclo ‒como el que se
aproxima con el Año Nuevo‒. O sea, el reestreno
del mundo, en su pureza y virtud prístinas. De ahí la simbología del árbol cargado
de frutos, del blanco manto de nieve que lo cubre todo, de la estrella que
llega del Este, etc.: símbolos muy potentes, propios del sincretismo religioso,
capaces de asentarse incluso en países cálidos donde en principio resultarían
inverosímiles. Se produce así la paradójica síntesis, en estas festividades
navideñas, del tiempo lineal (histórico, cuantitativo) y el tiempo
cíclico (atávico, cualitativo), la renovación que permite que el siguiente
tramo de tiempo lineal (el próximo año) comience con el perdón y la esperanza
sin los cuales el sentido, la finalidad de la vida, se haría imposible. Porque,
para vivir, miramos siempre hacia el futuro, pero un futuro en el que vemos
reflejado, como en un espejo deformante, el pasado redimido. Una linealidad
total del tiempo resultaría asfixiante sin los “paréntesis sagrados” de las
festividades religiosas (“religadoras”).
En realidad, por supuesto, nada se repite; el pasado
es irrecuperable. Pero lo que ocurre aquí es otra cosa, un sutil desplazamiento:
consiste en que los nuevos hechos que ocurran, inevitablemente
originales, diferentes, puedan ser subsumidos simbólicamente ‒ésta es la
clave del asunto‒, desde el punto de vista de la economía hedónica, bajo las viejas figuras depositadas en la
memoria (ya sea individual o colectiva), de modo que aquéllos queden
redimidos (“recomprados”, “salvados”) por éstas; consiste, así pues, en que la
pátina de lo antiguo y duradero santifique lo actual y efímero; en que
lo eterno bañe (“bautice”) lo histórico. Así es como se realiza el sentido,
mediante la redención del pasado al que se proporciona una ocasión de
cumplimiento en el presente.
Keywords: Navidad, Religión, Metafísica, Tiempo, Existencia, Sacralidad.
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