PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO
Una nueva aproximación a una antigua forma de pensar (1 de 7)
24-6-2024
[1] Lo específico
del pensamiento filosófico ‒que,
sin embargo, también ha de servirse de la deducción y la inducción‒ es la exducción. Ésta
consiste en la producción del concepto necesario para la explicación del objeto
del que se trate. No obstante, dicho concepto no puede ser inferido sin más de
otros anteriores (premisas), ni puede ser obtenido por el análisis de otros mayores
(géneros), como ocurre en el caso de la deducción; tampoco puede ser alcanzado
a partir de la comparación de casos particulares, ni mucho menos de la
generalización de un caso único, como sucede en la inducción; no hará falta
decir que, menos aún, se conseguirá mediante la extrapolación desde otro ámbito
discursivo diferente al del caso dado (analogía).
[2] Por ello,
frente a las proposiciones apodícticas y asertóricas, las propias de la
filosofía serán las problemáticas. No es que no pueda recurrir a las dos
primeras; pero nunca formarán parte de su propio campo discursivo, sino que las
tomará de otras disciplinas o discursos (ciencias o no). Tales proposiciones problemáticas
se organizan en razonamientos ‒perfectamente válidos, desde el
punto de vista lógico‒, por lo general hipotéticos,
y aquí cabe decir lo mismo de antes: hay otras formas de razonamiento, pero no son
las específicamente filosóficas. La formación de proposiciones
problemáticas y de argumentos hipotéticos, a partir de ellas, responde al uso
de conceptos que a su vez son problemáticos e hipotéticos: o sea, que su
posición (tesis) no es una conclusión racional ni un hecho fáctico ‒y en todo caso, cuando recurrimos a éstos, no lo son porque
lo sostenga la filosofía, sino que su origen son otras fuentes‒, y su articulación (síntesis) en un juicio, que introduce
la cuestión de su verdad o falsedad, está siempre condicionada a otras
proposiciones asimismo extrínsecas a la filosofía. Por eso mismo, ésta no es,
ni puede ser en modo alguno, un saber sustantivo, ni puede fundamentar otras
disciplinas; antes bien, depende de ellas. La filosofía, en otras palabras, no
sienta verdad alguna (no describe la “realidad”); su ámbito propio no es
éste, sino el de la producción de sentido (reflexiona acerca del “mundo”).
[3] Los conceptos
problemáticos e hipotéticos que forman, juntos con los tomados de la
experiencia común y los de origen científico, las proposiciones filosóficas, no
son por lo tanto deducidos ni generalizados, sino producidos; constituyen,
de este modo, un acto creativo. Desde este punto de vista, y sólo desde
éste, tienen algo de “artístico”: son, efectivamente, un producto de a) la imaginación
teórica, y no del entendimiento puro que deduce o compara. Dicha
imaginación ha de dar con el concepto que explique, precisamente, lo que ni el
pensamiento deductivo ni el inductivo han sido capaces de resolver,
proporcionando así una respuesta original a sus preguntas, no extraída de
los propios datos aportados, aunque sí capaz de organizarlos con un sentido
universalizable. Sólo así podemos ir más allá de lo que sabíamos
inicialmente, al margen de las síntesis “metodológicas” que dicha información
pudiera aportar; aquí, por el contrario, hay una síntesis “creativa”,
espontánea. Y por eso la propia vanguardia de la ciencia es en sí misma
filosófica, dado que se aventura en este terreno conjetural e
inevitablemente especulativo. Ciertamente, todo concepto científico ya asegurado
fue inicialmente hipotético y problemático, si bien a posteriori el trabajo
científico lo demostró o lo consideró altamente probable y lo articuló
sistémicamente en forma de proposiciones apodícticas o asertóricas (según el
grado de exactitud de la ciencia). Ahora bien, el trabajo filosófico no puede
quedarse aquí, evidentemente ‒como a menudo pretenden formas
contemporáneas de una filosofía “literaria”‒,
pues éste es sólo su momento inicial. Seguidamente, b) el entendimiento,
facultad de unificación, inevitablemente ha de someter ‒si no se quiere caer en lo absolutamente particular y
arbitrario‒ esa producción imaginativa a los
límites de la legalidad lógica y del conocimiento probado o probable, así
como ha de examinar su coherencia con otras nociones ya aceptadas (o, en
caso contrario, rechazarla). Y, por último, pues la filosofía tampoco puede
terminar aquí, conformándose con ser mera epistemología, c) la razón,
facultad de totalización, ha de establecer las aspiraciones ‒esto es, el componente práctico‒ que puedan extraerse de tales nociones; los fines que,
siempre desde el punto de vista ideal, sirvan para orientar nuestra conducta y,
así, darle un sentido existencial. Sin esta última contribución decisiva, puede
haber verdad, pero nunca habría sentido, y la filosofía sólo
sería propedéutica o vanguardia de las ciencias ‒esto
último, se entiende, cuando es llevada a cabo por los propios científicos‒, pero no tendría otro propósito, dado que por sí misma no
produce conocimiento alguno. Lo que contribuye a producir es mundo (el
cual no es “objeto” alguno), y ello, fundamentalmente, en la medida en que
proporciona fines; pero, en disputa con los fines vitales procurados por
la religión, los suyos son racionales, y ello quiere decir universalizables.
Así pues, recapitulando, nos encontramos con a) un “momento artístico”
(productividad), b) un “momento científico” (estructuración y sistematicidad) y
con c) un “momento religioso” (totalización y fines). La filosofía tiene un
claro parentesco con estas tres manifestaciones culturales y, sin embargo, se
diferencia claramente de cualquiera de ellas.
[4] Observación #1.
Esta formulación del pensamiento exductivo parece encajar con el razonamiento
abductivo (apagogé) de Aristóteles, también llamado “presunción”. En
efecto, éste parte del caso dado para plantear retrospectivamente una
explicación del mismo (conjetura probable); plantea una hipótesis nueva que no
estaban comprendida en los datos iniciales, sino que se remonta a “algo posible”,
anterior a ellos, que los justificaría. No obstante, la abducción aristotélica
presupone cierta “iluminación súbita” del sujeto, al que se le “ocurre” una
hipótesis explicativa, además, para un caso dado; y lo que yo llamo
exducción ‒que no pretendo estar
descubriendo, por supuesto, sino que siempre ha estado ahí como “motor” del
pensamiento filosófico‒, por el contrario, es el
resultado de un proceso argumentativo elaborado, estructurado en diversos
pasos, el cual es extensible a todo un género (y es potencialmente universal)
de objetos. Así pues, no se ocupa de un “segmento menor” de objetos,
como hace la abducción ‒que
sería un subtipo suyo‒,
sino que, de hecho, toda teoría filosófica procedería así, aunque no
quiera reconocer este procedimiento como tal. Incluso la fundamentación
filosófica de los principios y conceptos matriciales, que Aristóteles considera
intuidos o deducidos, sería realmente exductiva.
[5] Observación #2.
En cuanto al carácter “artístico” de la filosofía, hay que decir que su insoslayable
componente de experiencia estética (tan señalado, p. ej., por el “rememorar”
heideggeriano o por la hermenéutica gadameriana) no radica tanto en su interpretación,
una vez sus proposiciones son expuestas al público, como ya desde el inicio en
su composición misma; es en la síntesis de la imaginación donde se halla
la “creatividad novedosa” (la forma nueva y original que reorganiza los
contenidos heredados), más que en su comprensión posterior. En el momento de su
“recepción”, si las proposiciones están bien construidas y articuladas entre sí,
su significación debería ser, de hecho, lo más precisa posible, sin la
ambigüedad o la “infinita interpretación” de toda obra artística, cosa que la
filosofía no es. Toda discusión acerca del significado de sus
enunciados parte de presuponer un criterio objetivo en torno al cual alcanzar
un acuerdo, cosa que no existe en el caso de aquélla. En este aspecto, por el
contrario, la intención de la filosofía se aproxima más a la ciencia; por ello,
necesariamente toma de ella contenidos, y no sólo eso, sino que ésta la sustenta
y limita (y nunca
al revés, salvo en el caso, claro está, de las veleidades poéticas que a duras
penas pueden considerarse filosofía).
[6] Observación #3.
Una cuestión clave es determinar qué establece, si no la certeza de las
proposiciones filosóficas (aspirar a ella se torna hoy imposible, si entendemos
por tal una certeza cartesiana), por lo menos sí la “confianza” que podemos
depositar en ellas, o sea, la cuestión de su justificación. Desde luego,
ésta no puede depender de la intuición, la cual puede hallarse en
procesos estrictamente deductivos como los de las matemáticas o la lógica, pero
que en filosofía es la puerta de atrás por la que se cuelan toda clase de
experiencias incomunicables, afirmaciones trascendentes, opiniones particulares
elevadas a la dignidad de verdades eternas, etc. Esto ya no tiene cabida. Por
el contrario, el único criterio admisible es el discursivo, esto es, el
razonamiento desarrollado que es capaz de dar cuenta de cada uno de sus pasos
en términos formales o causales, o cuanto menos comparativos, o de correlación
de factores, etc. En suma: aquí se trata de la diánoia, no de la nóesis,
inalcanzable para la filosofía tanto como para los saberes empíricos (cosa
distinta es que la filosofía se sirva de la lógica; pero ella misma
no es la lógica).
[7] Observación #4.
En función de lo dicho antes, cabe diferenciar una “periferia” de la filosofía
de una “región central” o “núcleo” de la misma. La primera se define por
abordar conceptos que son hipotéticos y problemáticos, pero podrían dejar de
serlo debido a los avances de la ciencia, los cuales, al demostrar ciertos
hechos ‒en términos estrictos o al menos
probabilísticos‒, dejarían las disputas teóricas
previas en torno a ellos relativa y provisionalmente zanjadas (siempre hay que
mantener esta precaución). En general, los campos de la gnoseología, la epistemología,
etc., pertenecen a esta primera demarcación; y no digamos ya los de disciplinas
simplemente emancipadas de la filosofía, como la psicología. La segunda demarcación
se caracteriza por ocuparse de conceptos que son constitutivamente hipotéticos
y problemáticos, y por tanto siempre lo serán ‒o al menos así se lo parece a la razón‒, dado que no son solubles
en términos formales y están más allá de toda posibilidad de comprobación
empírica. A este segundo tipo pertenecen los campos de la metafísica, la ética,
la estética, etc.
[8] Dado que la
filosofía no puede operar por procedimientos analítico-deductivos,
sintético-empíricos ni sintético-deductivos (recurre constantemente a otros saberes
que sí pueden, pero al hacerlo sale de sí misma), su modo propio de
operar es el sintético-exductivo: sus enunciados conectan un sujeto con
un predicado que no está contenido en él, y cuya conexión a) no es ni fáctica
ni necesaria, sino posible; pero b) esa posibilidad no significa la mera
viabilidad empírica o la no contradictoriedad lógica, sino que implica un
aspecto ideal ‒esto es, de exigencia racional‒ que ha de justificarse argumentativamente; lo cual obliga,
a su vez, a c) revaluar la articulación sistémica de dichos enunciados
entre sí y con los tomados de otras disciplinas, articulación que es asimismo hipotética
y problemática y, por tanto, requiere justificación. La producción de este
singular complejo teórico ‒del que se extraen consecuencias
prácticas‒, perpetuo trabajo argumentativo
en curso, ha servido históricamente para descalificar la filosofía, reprochándole
que “no sirve para nada” o que la fuente de su supuesto saber es una “mera
inventiva” de conceptos; y ello puede entenderse, pues cuesta aceptar lo
exductivo como una forma legítima de razonamiento, debido a la incomprensión del
triple movimiento creador-unificador-totalizador (“artístico”, “científico”
y “religioso”) que vimos antes. A menudo la culpa se ha debido a la propia
filosofía, por hipertrofiar o hipotrofiar alguno de esos movimientos; y también
por su tendencia a creerse autosuficiente (un “saber sustantivo”), cuando
siempre depende de las aportaciones (contenido) de otras fuentes culturales, para
las que ella busca una nueva conjugación (forma). [Lee la 2ª parte]
>>Keywords: Metodología filosófica, Exducción, Topología, Problematicidad, Operaciones intelectuales.
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