PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO (2 de 7)

 













PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO (2)






 
 
 
PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO
Una nueva aproximación a una antigua forma de pensar (2 de 7)
6-8-2024


[Lee la 1ª parte]
 
 
[9] Hasta aquí he hablado de la filosofía en general; de lo que siempre ha sido, se reconociera o no en ello. Y esto quiere decir que ha sido la puesta en práctica del pensamiento exductivo. Pues nunca ha sido puramente artística (interpretativa), ni lógico-científica (demostrativa), ni mucho menos teológica (discurso trascendente), sino que en cada época ha establecido una compleja dialéctica entre esos tres vértices de su actividad los correspondientes al trabajo de la imaginación, del entendimiento y de la razón, respectivamente. Ahora bien, dentro del pensamiento exductivo en general, yo defiendo en particular el método topológico. Y hablar de método es hablar de una serie de operaciones que han de llevarse a cabo de forma sistemática (hablar de deducción, inducción o exducción no es todavía hablar de un “método”, sino de una “forma de pensar” que lo precede), en este caso relacionadas con la “topología” o delimitación y articulación de los diferentes estratos de lo real u ontológicos. A partir de ahora paso, así pues, a hablar de este segundo aspecto más concreto de la filosofía.
 
[10] La filosofía no se ocupa de establecer la verdad que para eso está la ciencia, sino del sentido: la orientación de nuestra existencia que requiere fines que no pueden ser extraídos de la experiencia; pero esos fines que para eso también está la religión han de ser racionales, o sea, universalizables. Por eso la filosofía ha sido siempre, y morirá si deja de serlo, sabiduría (sapientia), frente a las fuentes objetivas de conocimiento (scientia) o las fuentes subjetivas de la creencia (religatio). Es por ello que la filosofía no tiene por “objeto” la realidad, como es el caso de la ciencia, sino el mundo, el ámbito del sentido, que se disputa con la religión con mayor o menor grado de cordialidad o acritud, según la coyuntura histórica. Y así la filosofía, que materialmente no tiene objeto propio (precisamente porque no es un saber sustantivo), lo encuentra formalmente en el mundo, que ciertamente no es “objeto” alguno; sólo entonces puede, sin caer en un círculo vicioso ni vaciarse de todo contenido, asumir su propia historia como “objeto material”, el propio del “especialista” filosófico y aun esta pretensión es controvertida.
 
[11] Para abordar el estudio de su “objeto formal” (el mundo), el método topológico parte de la ya citada dialéctica entre “facultades” humanas (imaginación, entendimiento y razón), una tópica antropológica que reencuentra, en otra escala, como tópica sistémica, esto es, “configuradora de mundo”, la cual constituye el “lugar ontológico” del ser humano en el marco general de la naturaleza (la realidad). Dicha tópica distingue, respectivamente:
 
[12] En primer lugar, a) la naturaleza humana, pero no la naturaleza humana objetiva que estudian diversas disciplinas científicas (biología, antropología física, neurociencia, psicología, etc.), sino la naturaleza subjetiva, o sea, la vivida por nosotros: el modo de relacionarnos con aquello que es impulso biológico, función fisiológica, limitación corporal, etc., y que, no obstante, no experimentamos de forma directa, como cualquier otro animal, sino a través de mediaciones culturales, siempre simbólicamente. Así es como nos enfrentamos al envejecimiento, la enfermedad y la muerte; a la sexualidad, el amor y el nacimiento; a la territorialidad, el tribalismo y la agresividad; a la empatía y el anhelo de comunión y trascendencia, etc., etc. Y este conjunto de vivencias fundamentales simbolizadas es lo que entendemos por “condición humana”. A tal nivel topológico, limítrofe con la pura naturaleza, pero ya en sí mismo cultural, le corresponde una rama de la filosofía o mejor, si se quiere, un nivel específico del análisis topológico que denomino “arqueosofía” (o “filosofía hermenéutica”, de un modo un tanto atípico) porque se ocupa de lo primitivo y vestigial en nosotros (lo “pre-histórico”), que, sin embargo, sólo puede ser tematizado desde la experiencia de los estratos simbólicos (históricos) que lo sepultan y deforman. Es la parte de la filosofía que, propiamente, explora la cuestión del sentido, inevitablemente subjetiva, la cual nos retrotrae a lo arcaico, al pasado (sería más exacto referirse a un “metapasado”) que sigue actuando en el presente en la forma de lo simbólico, mítico y ritual, manifestaciones de la vida que orientan nuestra conducta de modos siempre culturalmente investidos, pero inexpurgables.
 
[13] Tenemos también b) los antroposistemas, o sea, lo que habitualmente se comprende como “culturas”, aunque esta noción abarcaría también lo simbólico antes visto, y ahora hay que delimitarla más específicamente. Los antroposistemas son las estructuras que conforman los colectivos humanos enclavados en la naturaleza objetiva (ahora sí, la estudiada por diversas ciencias como la física, la química, la geología, la biología, etc.), de la cual dependen las diferentes relaciones asimismo objetivas puramente materiales que mantienen, tanto internas como externas, de tipo ecológico, económico, tecnológico, demográfico, etc. Éstas definen su capacidad de sustento y los márgenes excedentes de vida respecto de dicho límite, que permitirán una mayor o menor variabilidad social, política, moral, etc. (Los factores que por lo general se consideran “genuinamente culturales”, pero que se someten a estas limitaciones materiales por lo que respecta a su sostenibilidad y diversidad.) Este nivel topológico plenamente cultural es estudiado por una rama de la filosofía que llamo “ecosofía” (o “filosofía empírica”, por todo lo anterior), estrechamente vinculada, por no decir deudora, de las ciencias naturales y sociales. Sólo por ello puede decirse que es la parte de la filosofía más cercana a la cuestión de la verdad y, por tanto, la más objetiva y “presente”.
 
[14] Y, por último, está c) lo ideal, un nivel de lo humano que, en cierto modo, lo trasciende y eleva hacia algo que rebasa todo marco cultural particular. Esto ya lo hace la ciencia, en dirección a la realidad (verdad); pero la filosofía lo hace en dirección al mundo (sentido), esto es: aquello que, encontrándose en cada cultura, no se reduce a ninguna de ellas. Pues bien, hay un “más allá” de la naturaleza y de la cultura, o mejor dicho, algo racional que constituye la legislación de la primera, pero también parece entrañar no en el modo del ser, sino del deber la de nuestra conducta (y, en general, las condiciones ideales que cabe presuponer en todo régimen de lo real). De ahí que se pueda, con todo el derecho, hablar de “metafísica”: por un lado, así llamo al discurso sobre el mundo como tal; por otro, entiendo así también el discurso sobre lo ideal como tal; una parte del mundo, pero precisamente aquella desde la cual lo abordamos (la teoría). La parte que ha de establecer, en términos estrictamente racionales, cuáles son los fines de nuestra existencia, que nunca podremos obtener a partir del conocimiento científico de lo dado (la verdad), y que tampoco debemos confundir aunque sea fácil hacerlo con la cuestión del sentido. Este nivel topológico supracultural es el objeto de una tercera rama de la filosofía, la “ideosofía” (la “filosofía ideal” o “pura”), ligada por tanto a la cuestión del bien. Algo, en cuanto a su consumación, aún no sido, y que en su pureza nunca será; tradicionalmente considerado sub specie aeternitatis en relación con el orden ontológico en general, habría que señalar que, por lo que respecta a los fines humanos, consiste más bien en un futuro irrealizable pero racionalmente exigible (un “metafuturo”).
 
[15] Desde este punto de vista sistémico, la unidad orgánica o equilibrio dinámico de los tres niveles y sus correspondientes “referentes” últimos: el sentido, la verdad y el bien se traduce en un estado de armonía colectiva (al que podríamos asociar la belleza, al menos desde una perspectiva intelectual) extremadamente inusual en las sociedades modernas. Su correlato individual, o lo que es igual, el de lo que antes llamé la “tópica antropológica”, sería la salud (en un sentido existencial: una adecuada relación entre los fines y los medios vitales), igualmente inusual en el mundo secularizado. Ambos estados son perseguidos por la filosofía, que pretende contribuir a su consecución mediante sus aportaciones teóricas su logro es la sabiduría, reflexionando sobre el sentido y el conocimiento “actual” y proponiendo los fines apropiados. Al objetivo histórico de esta praxis teórica es a lo que me refiero evocando el “justo medio” aristótélico sin el cual no puede haber virtud como el “centramiento de mundo”, cuya tendencia moderna al “descentramiento” (y con ello, a la fealdad y la enfermedad) es una casi imparable inercia.
 
[16] Todo método consiste en la realización sistemática y ordenada de una serie de operaciones, es decir, en un conjunto de pasos a seguir. En el caso del método topológico, éstos son los que expongo a continuación, destinados a hallar (en el plano teórico) ese equilibrio entre el sentido, la verdad y los fines racionales; una búsqueda que en sí misma “hace mundo” (aunque todavía irrealizado) y caracteriza a la filosofía. Un mundo, incluso en este plano aún ideal, “bello” y “sano”, en vez de uno caracterizado por el desequilibrio, por bascular hacia alguno de sus tres vértices con independencia de los otros, dando lugar a los extremos (“inarmónicos” y “patológicos”, y por ello “viciosos”) de la neurosis o psicosis colectiva (hipertrofia del sentido), el nihilismo o la apatía (hipertrofia de la verdad) o el fanatismo o el fundamentalismo (hipertrofia de los fines). Para “centrar el mundo”, por el contrario, la filosofía tanto al atender a problemas individuales (êthos) como colectivos (pólis), cuando sigue el método topológico, lleva a cabo las siguientes operaciones: 1) localización, 2) fundamentación, 3) reflexión y 4) orientación.
 
[17] La más básica y característica operación topológica es obviamente 1) la LOCALIZACIÓN o UBICACIÓN de una determinada cuestión en el tópos (lugar, locus) que le corresponde (onto)lógicamente. Ello responde a que la realidad se estructura en diferentes niveles de organización de la materia, progresivamente complejos, con propiedades específicas irreductibles a los niveles precedentes (emergentismo), o sea, no deducibles desde ellos por análisis, pero en cualquier caso sostenidas y limitadas por ellos (materialismo). Todo método presupone una determinada ontología, y en este caso se trata de la que llamo “materialismo asimétrico”: unos niveles de organización de la materia-energía (“inferiores”, o sea, más simples) sustentan y delimitan a otros (“superiores”, o sea, más complejos), si bien no determinan sus características ontogónicamente novedosas ni “causan” su existencia sino que la “fundamentan”. Las ciencias se ocupan de estos diferentes niveles de organización, que constituyen sus respectivos campos (física cuántica, física relativista, química, biología, etc., con diversos subniveles de transición); pero la filosofía tiene como propio el conjunto de (sub)niveles organizativos en que tiene lugar el “fenómeno humano”, o sea, la amplitud ontológica que defino como “mundo”, la cual se sostiene sobre otros niveles propios de las ciencias la filosofía, por tanto, no las fundamenta teóricamente, sino que obtiene información de ellas. Así es como, en principio, se ocupa de los antroposistemas (podemos hablar, en conjunto, de  “el antroposistema”, es decir, de lo que comparte toda cultura en cuanto correlato particular del mundo), si bien ello obliga a ocuparse de sus estratos de transición con niveles inferiores (la “naturaleza” o “condición humana”) y superiores (la región de “lo ideal”, que compartiríamos con cualquier otra especie suficientemente inteligente, pues es algo que sólo se encuentra a través de la cultura, pero no pertenece a la cultura). Y, correlativamente a estos tres subniveles o subsistemas del “sistema mundo” a su vez, un subsistema de la realidad, encontramos las tres ramas de la filosofía antes descritas, a saber: la ecosofía, la arqueosofía y la ideosofía.
 
[18] Observación #5. En este punto es preciso hacer una aclaración muy importante: el método topológico presupone una ontología materialista, en efecto, y de hecho cabe hablar, sin más, de un “materialismo topológico”. Sin embargo, no todos los niveles que diferencia para, a continuación, estudiar sus relaciones asimétricas de dependencia son materiales (incluyendo en el sentido más amplio de la “materialidad”, por supuesto, la energía, el espacio y el tiempo, en cuanto magnitudes físicas), sino que hay que tener en cuenta también lo ideal. Y lo ideal, evidentemente, no es una magnitud física; no obstante, sienta las condiciones en que se producen y se pueden llegar a conocer los fenómenos físicos mismos, o sea, la legalidad natural a la que obedecen invariablemente, incluso cuando dicha legalidad sea probabilística. Tanto las matemáticas como la lógica pertenecen al reino de lo ideal; son como son, en su universalidad y necesidad, con independencia de que haya o no algo material. Si lo hay, cumplirá sus propiedades y relaciones, eternas e invariables; pero lo lógico-matemático (esto es, lo “puro”) no puede determinar que haya algo, no rige el propio devenir. Las matemáticas pues, en el caso de la lógica, es cuestionable la extensión de todos sus principios a todos los niveles de lo real fundamentan a priori toda materialidad (espacio-tiempo y materia-energía), de la cual no dependen en absoluto; presumiblemente, sus propiedades se cumplirían en cualquier universo posible. Así pues, son topológicamente primeras, el nivel más inferior y elemental de realidad, del que todos los demás dependen y que a su vez no depende de ningún otro. Son, de hecho, “pre-reales”, al ser ontológicamente anteriores a la materialidad misma. De modo que un “materialismo ampliado”, no reduccionista (y tal reduccionismo incluye también a los psicologismos y construccionismos que quieren derivar las verdades matemáticas de nuestra naturaleza senso-cognitiva o de nuestra interacción práctica con las cosas), ha de tener esto en cuenta. Pero lo que esto quiere decir, paradójicamente, es que lo ideal está en la base de lo material, que constituye por tanto “lo absoluto”, lo independiente de toda relación. Y, al margen de que haya también formas de idealidad “posteriores” a la materia, “por encima” del nivel antroposistémico, relativas a los fines de nuestra existencia, las cuales además “cerrarían el círculo” de lo real vamos a obviarlas por el momento, el caso es que asumir lo ideal como fundamento de toda materialidad (en cuanto base de toda posible magnitud), ¿no es acaso la definición misma del idealismo? ¿Qué pasa entonces con el materialismo al que he hecho mención? ¿No es este planteamiento contradictorio en sí? Diré tan sólo, por el momento, que desde el punto de vista del conocimiento de la realidad (el propio de las ciencias) esta cuestión no afecta en modo alguno a su trabajo, y que nuestra experiencia cotidiana del mundo tampoco se ve afectada en nada por ella, pues obedece enteramente a las redes materiales y simbólicas que sostienen dicho mundo; así pues, podemos ser y somos, de hecho, totalmente materialistas en el plano funcional de la vida. La anterior cuestión afecta sólo a trabajos de fundamentación última del conocimiento, de búsqueda de los primeros principios de lo real; problemas que únicamente conciernen a cierta vanguardia intelectual, sin que ello tenga traducción directa en la vida factual. Sólo a esa vanguardia científico-filosófica (y quizá, si se quiere, teológica) cabría llamarla en este preciso sentido, y sólo si es que comparte el criterio expuesto idealista. La forma en que se articulan ambas actitudes ante la existencia es un asunto filosóficamente crucial y considerablemente complejo, que conduce a la metafísica que denomino “ideomaterialismo”, de la cual en este lugar no me voy a ocupar. Añadiré tan sólo a esta observación, para concluir, que el método topológico abarca, por todo lo anterior, la diaíresis platónica, la exploración de los “niveles discursivos” del espacio lógico (por el camino de la división y la unión, análisis y síntesis); los cuales, eso sí, tienen siempre algún tipo de posible correlación habrá que ver cuál, según el caso con la materialidad de lo real. [Continuará en breve]
 
 
 
>>Keywords: Metodología filosófica, Exducción, Topología, Materialismo, Operaciones intelectuales, Naturaleza humana, Antroposistemas, Idealidad.
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