PENSAMIENTO EXDUCTIVO Y MÉTODO TOPOLÓGICO
Una nueva aproximación a una antigua forma de pensar (4 de 7)
13-1-2025
[Lee la 1ª parte]
[27] Tras la
localización viene una operación no menos necesaria, que es 2) la FUNDAMENTACIÓN
del objeto tratado, esto es, hallar sus condiciones de posibilidad (tanto ontológicas como gnoseológicas)
en el nivel topológico que le precede. Se trata ahora de establecer las relaciones
de principio que permiten asegurar los fenómenos que previamente
hemos ubicado en su marco topológico correspondiente. Si en ese primer momento
se nos presentaba un orden asimétrico de niveles de realidad, con relaciones de
dependencia que iban sólo en una dirección ‒pero
lo que examinábamos eran las diferencias entre sus respectivos tipos de
fenómenos‒, ahora toca comprobar cómo se constituye
el nivel objeto de estudio a partir del anterior (o de los anteriores). Aquí
hay algo crucial que aclarar: en la operación de localización se nos mostraba
ya una diferencia entre la materia y la forma de los fenómenos, según la cual
la noción de materia quedaba formulada de manera abstracta (simplemente
como la necesaria relación de dependencia entre niveles que impedía la simetría
entre ellos, la arbitrariedad o reversibilidad en dichas relaciones,
estableciendo así el propio orden topológico que jerarquiza la realidad) y la
noción de forma respondía a los sucesivamente complejos grados de
organización de aquélla. Era importante, así pues, examinar los rasgos
esenciales de cada nivel, sus características específicas, y obteníamos así una
primera distinción teórica clave entre la existencia (como “posición” de
la materialidad misma, el hecho de su “darse”, de su “estar ahí”) y la esencia
(los rasgos básicos que diferencian unos modos de ser de otros, o sea,
diferentes niveles de complejidad). El problema era entonces la delimitación
de niveles topológicos. Se trata ahora de retomar la diferencia entre materia y
forma desde otro punto de vista más profundo, a saber, como la relación entre
fundamento y fundado, o de fundamentación, indicativa de que un nivel no
podría existir sin el anterior, y del consecuente modo en que se sostienen y limitan
en sus precedentes. La materia tiene ahora un contenido concreto (los
rasgos esenciales del nivel respectivo, o sea, lo que era “forma” en la
operación anterior) y la forma pasa a ser el principio que rige el
comportamiento de los fenómenos de ese nivel en particular, no así
necesariamente de otros. De hecho, una cuestión importante que corresponde
asumir a esta segunda operación es examinar qué principios son universales y
cuáles afectan únicamente a uno o varios niveles topológicos (así, p. ej., el
principio de razón suficiente es universal, mientras que los principios de no contradicción,
tercero excluido e identidad rigen sólo en los niveles relativistas de
organización de la materia, pero no en el nivel cuántico, y precisamente por
eso las matemáticas no son reductibles a la lógica; en cuanto al principio de
causalidad, sólo es aplicable al universo relativista, pero en grados de
indeterminación progresivamente mayores a medida que vamos ascendiendo en la
escala topológica, hasta llegar a grados muy amplios de indeterminación ‒“libertad”‒ en el nivel conformado por el “mundo”).
Por eso, y ésta era la aclaración crucial a la que me refería antes, hablar de fundamentación
no es lo mismo que hablar de causalidad, pues ésta no se da entre
niveles, no es la relación entre un nivel y su(s) precedente(s), sino entre
objetos reales; en cambio, la fundamentación expresa condiciones de
posibilidad que no pueden ser violadas, pero que tampoco implican la posición
(existencia) de nada. Si un objeto existe, cumplirá esas condiciones
necesariamente, pero no tiene por qué existir.
[28] En efecto,
cada nivel encuentra sus condiciones de posibilidad en los anteriores, que lo
sustentan y delimitan (“fundamentan”) en diferentes grados de (in)mediatez, pero
no lo causan; por ello, que los fenómenos propios de ese nivel se den o
no, no es algo que pueda deducirse de los niveles precedentes. Éstos constituyen
“marcos trascendentales” de dichos fenómenos, imponen una serie de condiciones
a priori que deben cumplirse, pero no establecen nada sobre la “posición”
de objeto alguno, la cual viene dada únicamente por otros objetos específicos
de ese nivel; por eso no podemos confundir ambos órdenes, el de fundamentación
y el causal. Kant tenía razón cuando decía que la existencia no se puede
“construir”, pero él proponía un único marco trascendental universal,
que era básicamente el que daba la regla a la ciencia física de su tiempo
(newtoniana), cuando habría que hablar más bien en plural, de una serie de
trascendentales que “abren” cada nivel topológico, “conteniendo” a los posteriores
y que son “contenidos” por los anteriores. De cada uno de ellos depende un
conjunto de reglas específicas (sus principios), diferentes en cada
nivel, pero que se extienden a todos los posteriores como sus matrices
ontológicas (sus “a priori”), ramificándose a modo de fractales que se reproducen
una y otra vez en cada nivel subsiguiente, sumándose a las reglas de éstos.
[29] Es evidente
que, al llegar a este punto de la exposición, la reflexión acerca del mundo
(metafísica) ya no puede abstraerse de lo real en su conjunto
(ontología), por más que uno pretenda atenerse a la fundamentación de un
determinado nivel topológico. Pues el mundo se da “dentro” de la propia
naturaleza, con la cual ha de mantener un equilibrio dinámico (ecológico, demográfico,
energético, etc.) para no colapsar y desaparecer. Por ello, la operación de
fundamentación tarde o temprano, por lo que respecta al interés teórico,
habrá de ocuparse de los niveles que sostienen al mundo ‒sirviéndose
de las ciencias empíricas, desde luego, pero desde la perspectiva de unas condiciones
ideales‒,
aunque sólo sea para poder regresar a éste con un conocimiento sistemático y
riguroso. Como hemos visto, en cada nivel topológico encontramos una
contraposición entre la esencia y la existencia, o lo que es
igual, entre i) las propiedades generales de los fenómenos de ese nivel, su
pertenencia a cierta especie de lo real que podemos delimitar mediante un
concepto; y ii) el sustrato de tales propiedades, lo “subyacente” a las mismas,
o sea, la materialidad que resulta del nivel de organización precedente. Entiendo
aquí esa materialidad en el sentido más amplio del “haber”, de la “posición”
o el “darse” de las cosas, lo cual permite
concluir que lo inmaterial no “existe”, no es “real”, propiamente
hablando. No obstante, esto no supone su negación sin más: lo inmaterial quizá pueda
todavía ser ‒que no es lo mismo que existir‒ de forma ideal.
[30] De hecho, éste es el
problema al que invariablemente conduce todo intento de fundamentación
ontológica última: cada nivel encuentra su sustentación material en el precedente,
sobre el que despliega una nueva forma general de los fenómenos (“esencia”);
pero en la base de esa cadena topológica, bajo todo nivel de materialidad,
llegamos finalmente al “trascendental” matemático, por debajo del cual ya no se
puede “descender”: todos responden a éste, pero éste no responde a ningún
otro. Es la condición de posibilidad del complejo de materia/energía y
espacio/tiempo que compone la realidad. Y lo matemático es pura forma sin
materia alguna: algo inmaterial, y por lo tanto “inexistente”, “irreal”. Y
así es, precisamente porque es ideal. Constituye ‒junto con la lógica, pero incluso ésta podría depender de la
naturaleza de la materia en general, y no es el momento de entrar en ello‒ el reino de lo puro, de lo totalmente independiente
de cualquier tipo de materialidad. En ese preciso sentido, no “existe” ni es
“real”, pues estos términos convienen sólo a dicha materialidad, a aquello que
tiene una “posición”, que está en (o que es) el espacio y el tiempo, o que
expresa relaciones entre modos de materialidad que no podrían darse sin ésta.
Pero lo matemático sería como es incluso si no hubiera materialidad alguna (es
absolutamente a priori), incluso si no hubiera un universo ‒deberían ser válidas para cualquier universo posible,
cosa que es arriesgado decir de la propia lógica‒.
Lo matemático, así pues, es “verdadero” pese a su “irrealidad”
(inmaterialidad); en eso consiste su pureza, su idealidad absoluta, y tal vez
por esto mismo, hasta la fecha, las matemáticas en sí mismas no han podido
ser fundamentadas.
[31] Ahora bien, una vez dada
esta distinción insalvable, este abismo entre lo ideal y lo material,
entre el fundamento absolutamente primero y todo el orden de lo real erigido
sobre él, la pregunta entonces es: ¿cómo se relacionan?, ¿cómo explicar
su correspondencia? O sea: ¿por qué la materialidad (materia/energía,
espacio/tiempo) “obedece” a lo puro? Personalmente, no consigo escapar de este
problema, y es que, por más que defienda la más estricta materialidad de toda
realidad, al intentar fundamentar los niveles inferiores de ésta ‒y ocurre lo mismo en sus niveles superiores, a la hora de
abordar la cuestión de los fines‒, todo esfuerzo teórico
termina desembocando en lo ideal. Es por eso que, lejos de rehuir este problema
de la correlación entre lo ideal y lo material (refugiándome en una de las
partes o intentando deducir una de ellas de la otra), planteo una metafísica
que denomino “ideomaterialismo”. Pues bien, la pregunta fundamental de éste, y
el único camino que atisbo para responder a las anteriores, es la siguiente: ¿qué
es el “haber” de la materia, esto es, lo que entendemos como “existencia”? O,
en otras palabras: ¿qué significa el paso del orden matemático, pura
forma sin materia, al primer orden de lo físico en que, además de forma,
encontramos algún modo de materialidad? (En ese nivel “abismático” de realidad,
se trata de un espacio/tiempo y una materia/energía totalmente contraintuitivos,
que sólo las propias matemáticas permiten representarnos.) Una reformulación,
en suma, de la famosa pregunta de Leibniz «¿por qué hay algo más bien que nada?».
Y, de momento, sólo se me ocurre una respuesta, provisional e insegura, apenas
un tanteo ‒un claro ejemplo, en los límites
de lo problemático e hipotético, de pensamiento exductivo‒. A saber: el origen de la existencia no es una cuestión
temporal, pues la materialidad no puede haber empezado a existir en un
momento dado (eso presupondría un tiempo anterior a ella, y el tiempo, como
hemos visto, ya es un aspecto de la propia materialidad); es más bien una cuestión
ontológica, relacionada con los diferentes órdenes de anterioridad topológica
y sus respectivas condiciones de posibilidad. Esa “anterioridad” al tiempo mismo
nos lleva a la noción metafísica de eternidad. Pero el tiempo es precisamente
la medida del cambio, y en la eternidad no hay cambio alguno; por tanto ¿cómo
iba a surgir algo de ella? Quizá porque en la eternidad no puede haber cambios reales
(materiales), pero sí ideales. El problema se desplaza, entonces: ¿cómo se
debe concebir un “devenir de lo ideal”? Las leyes matemáticas no “devienen”,
desde luego. Para que haya cambio en lo ideal tiene que haber pensamiento,
y éste implica una “conciencia”, una “subjetividad” pensante, anterior a toda
objetividad.
[32] ¿Estoy
hablando de Dios? Grave conclusión ésta, para alguien que siempre ha defendido
el materialismo; pero el problema de su fundamentación última, por una u otra
vía, me trae siempre a este resultado. Puede que sea una limitación del
pensamiento humano ‒o, más modestamente, únicamente
del mío‒, pero no se me hace
comprensible de otro modo. En todo caso, llamar o no “Dios” a esa subjetividad
fundante sería una cuestión meramente nominal, pues no se trataría de un
Dios creador ni autoconsciente, sino que encajaría mejor en el modelo panteísta
‒tantas veces tachado,
a lo largo de la historia, de “ateísmo”‒.
El Uno-Todo del que dimana la realidad, carente de finalidad y de todo propósito
moral (aunque siente las
bases de la racionalidad de la que depende la moralidad). Tal y como yo lo
entiendo, se trata de un “Ello trascendental” que sostiene la posibilidad de
toda conciencia particular, como la nuestra, que participaría de él; un inconsciente
infinito que sólo “despierta”, por así decirlo, en las conciencias
finitas que pueden llegar ‒incluso tienden‒ a atisbarlo desde una perspectiva limitadísima, pero que
están vinculadas y llegan de forma pre-teórica (la religión y la poesía) una y
otra vez a él. El Ser, y de ningún modo una “entidad”, que consiste en puro inteligir(se),
como el theós aristotélico, pero sin diferencia alguna con la phýsis:
en cuanto actividad ideal es nóesis, pensar intuitivo, mientras que la
existencia real o materialidad son sus pensamientos, el nóema, que organiza
en órdenes de creciente complejidad en función de su propia ley (natura
naturans y natura naturata, respectivamente). Siendo así, todo
ocurre en él, todo es él. Quizá sólo este universo, o quizá muchos otros,
infinitos universos, como cabría esperar que corresponda a la productividad de
un ser (del Ser) infinito. El Ser, que “despierta” en sus
manifestaciones progresivamente, que llega a conocerse y a ser consciente en
cada uno de sus fenómenos, pero que cuanto más conoce, en niveles de
organización crecientemente complejos, menos es, y viceversa; lo más
básico (principial) tiene mayor poder que lo más complejo (principiado).
Podríamos concebirlo totalmente independiente de la materialidad y, así, ésta
sería una hipótesis puramente idealista; pero es que, sin la materialidad, el
Ser no podría llegar a conocerse a sí mismo: ésta constituye el devenir de
su despertar, de su saber de sí, que no puede surgir en lo abstracto de la
idea. Tiene que salir de sí, dimanar y materializarse, para ser real,
para experimentarse, para pasar de la pura posibilidad a la facticidad, según
su propia necesidad; porque el Ser es lo absoluto en su saberse. He aquí
el esse est percipi de Berkeley, entendido desde su fondo mismo.
[33] Hablo de un absoluto
en que consiste, por un lado, en cuanto racionalidad pura, la legalidad
universal de la que dependen todos los órdenes, y por otro, la materialidad
sometida a ella, la cual constituye su “intuición” (el contenido concreto de su
pensar, su nóema); pero una intuición activa, productiva, la propia
de un Ser infinito, a diferencia de la nuestra, pasiva, receptiva. Es su
momento de contingencia, pues si bien conlleva el despliegue de sucesivas
formas de legalidad (“complejidad”), éstas podrían haber sido diferentes de
como son, y probablemente lo sean en otros universos ‒otros “ensayos” de realidad‒.
Una intuición que “surge” del Ello como “pensamiento real”, esto es,
como objetividad (inmanente a la conciencia trascendental infinita). De
modo que, si hay algo a lo que llamar “Dios”, ciertamente es este Ello
trascendental ‒el cogito originario‒, del cual nosotros, en
cuanto seres pensantes, participamos, aunque desde una perspectiva
finita, dada nuestra constitución material y orgánica. El Ello es, en suma, lo
indeterminado (ápeiron) que piensa la materialidad, produciéndola; una
materialidad indeterminada (cháos) en cuanto correlato de su actividad
pensante eterna, que, como realidad temporal (sometida a su legalidad universal),
es ya a priori materialidad determinada (kósmos), que
incesantemente se despliega en la sucesión topológica.
[34] Sólo puedo
apuntar, hoy por hoy, una hipótesis extremadamente especulativa como
ésta. Por suerte, el problema de la fundamentación última de lo real no nos
impide seguir trabajando en otros niveles discursivos con total independencia,
y puede dejarse por el momento como un hueco en la teoría que probablemente
no se llene jamás, y quedará, de hecho, como el vacío que permite articular la
ciencia, la filosofía y la teología. Entretanto, el materialismo es la única tesis
ontológica que funciona en los niveles en que se desenvuelve nuestra
experiencia, y puede prescindir de todas las consideraciones anteriores
para hacer su trabajo; el problema de que no se pueda fundamentar a sí mismo ‒como efectivamente no puede‒ no afecta para nada a la
efectividad de nuestro conocimiento, como no afecta a la de las matemáticas. El descenso al nivel más
profundo de fundamentación se torna altamente problemático e hipotético (de
hecho, el mejor ejemplo posible de pensamiento exductivo), pero esto,
ciertamente, es independiente de las certezas que encontramos en los diversos
niveles de nuestro conocimiento regular. [Continuará en breve]
>>Keywords: Topología, Materialidad, Idealidad, Operaciones intelectuales, Fundamentación, Panteísmo, Ideomaterialismo.
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